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el 01 mar 2013 / 17:49 h.

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En la zona peatonal que circunda la fachada de la parroquia de Santa Catalina, vecino al mítico El Rinconcillo, se encuentra La Giganta, un remozado local que, de la mano de dos socios que, aunque provienen del mundo inmobiliario, tienen raíces en la hostelería, de hecho tienen otro local en la Isla de la Cartuja, Los Belgas. Tras una esmerada reforma, La Giganta reabrió sus puertas el pasado 5 de enero, vamos, que fue un regalo de Reyes Magos para sus propietarios y para la clientela que puede disfrutar allí de buenas tapas y buenos vinos, y lo puede hacer bien en su barra, amplia y cómoda, en las mesas altas de la calle o del salón, o cómodamente sentados en el acogedor comedor del fondo, un espacio que se puede compartimentar para crear ambientes más privados mediante un ingenioso sistema de cortinas de madera que compartimentan espacios según se requiera. Dentro de su diseño moderno, La Giganta cuenta con un estilo funcional pero de estirpe tradicional, como reflejan su decoración en madera y sus paredes de ladrillo visto, madera clara y trozos en negro son la base de su ambiente, con un gran espejo a la entrada que agranda el espacio, apoyándose, originalmente, en el suelo.

La imaginación de los gestores se advierte en todos los detalles, como en el cubito metálico para los cubiertos o el más coqueto, de cerámica blanca para las tostaditas de pan, el grande viene en cesto de mimbre. Las copas para el vino son de las que debería haber en todas partes, como mínimo.

La filosofía del negocio se basa fundamentalmente en combinar una pizarra de tapas de corte tradicional con otras de perfil más actual, de su plasmación en los platos se encarga un joven jefe de cocina, Rafael Liñán, formado en la sevillana Escuela de Hostelería Gambrinus y que ha pasado por el restaurante Zaranda del hotel Hilton de Mallorca. Se sirven tanto tapas como medias y raciones. Probamos algunas, como un fresco y muy conseguido paté de berenjenas (2,40 euros), de textura cremosa, servido con unas tostaditas para su degustación. También con pan tostado pero esta vez pan rústico de buena miga, se sirve un logrado Tartar de atún (2,50 euros), con base de aguacate y unas pinceladas de suave mahonesa y un toque dulzón que le da la confitura de arándanos, una mezcla que funciona en la boca. Muy bien también las salsas de la tempura de verduras (2,40 euros), realzando el sabor de la tapa, tanto la de miel y mostaza, como la mahonesa de wasabi. Además de estas tapas tan actuales, se pueden pedir papas bravas, croquetas de la casa, solomillo al whisky o a la naranja, lagrimitas de pollo, también cuchareo, como los originales garbanzos con pulpo o la crema de calabacín, así como la carrillada o la carne con tomate.

Varios vinos por copas para acompañar, de Rioja Viñafiel Crianza a unos modestos 2 euros y Beronia Crianza (2,40 euros). Si nos vamos por la Ribera de Duero, vinazo a gran precio, Tierrafiel Roble a 2 euros, y un no menos agradable Viña Mayor Roble a 2,40 euros. En blanco, Verdejo de Rueda, Orofiel (2 euros), y para darle chispa a la comida, las burbujas de un Lambrusco rosado, Crestissimo, a 10 euros la botella.
Seguiremos la trayectoria de este prometedor local, que cuenta además con un servicio de educada simpatía y diligencia.

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