Cultura

Otra baja en la Cultura de Sevilla

Más allá del drama en casa de Cristina Hoyos por tener que sacar a la venta su flamante Museo del Baile Flamenco, es Sevilla la que pierde.

el 28 nov 2009 / 21:14 h.

Escena del último capítulo de esta temporada.

El anuncio, en un portal de internet, de la venta del Museo del Baile Flamenco, encierra como poco dos lecturas: una más epidérmica y folclórico-polémica, y otra más estructural y profunda, que es la que hace pupa de verdad a la Cultura con mayúsculas.

Porque que Cristina Hoyos y su familia hayan hecho la peor inversión de su vida arriesgando su patrimonio en un proyecto que, por la crisis o por su gestión o por la "falta de apoyos" (¿?), no han podido sacar adelante y hacerlo no ya rentable, sino sin costes, no debiera ser un problema público, es decir, de todos, sino una tragedia doméstica, como la de tantos que las están pasando canutas por mor de la dichosa coyuntura económica.

Pero sí es una tragedia por esa otra brecha más profunda abierta con el anuncio de venta del museo, es decir, por lo que supone de incapacidad del tejido empresarial cultural andaluz, ejemplificado en este caso en una bailaora de su renombre, proyección y contactos -no se olvide-, de sacar adelante una iniciativa que, para más inri, es una auténtica monería de museo, un lujo diseñado y puesto con sumo gusto, dinámico, sensorial, de diseño, con talleres y recitales vip previo paso por taquilla; vamos, un museo goloso concebido para triunfar, que le echa la pata a cuantos existen en la ciudad no por fondos, obvio, sino por lo que representa de sintonía y posibilidades propias del siglo XXI.

Y he aquí que ninguno de esos valores, ni las pataítas que suelta una bailaora muy bien mirada por el poder pero que está jugando con fuego en sus declaraciones, han valido para que el espacio remonte el vuelo, para evitarle los números rojos, para burlar ese anuncio de venta por seis millones de euros que ha sobresaltado a Sevilla.

Reparando en esa brecha estructural, en esa debilidad -en términos globales- de nuestro tejido empresarial cultural, ha de decirse que la pérdida, si hubiera lugar al cabo del proceso, del Museo del Baile Flamenco vendría a sumarse a la lista de derrotas culturales que acumula la ciudad.

Se perdió el único teatro privado que le abría las puertas a artistas que hoy no tienen dónde actuar y que tenían su público (Los Morancos, Cantores de Híspalis, Moncho Borrajo...), el Imperial, y gracias al PGOU acabó al menos siendo una macrolibrería; y se ha perdido, casi de tapadillo porque apenas ha trascendido, la Sala Apolo, pese a que está en perfecto estado de revista para acoger conciertos tras las obras que realizó la Sinfónica de Sevilla, su última inquilina.

Podría traerse a colación la pérdida de fuelle de la Fundación Lara, que de epicentro de la cultura con sede en la casa-palacio de la calle Fabiola ahora no pasa de detentar un plano intermitente en el latido cultural; o qué decir de la Fundación Fórum Filatélico, con una flamante sede en la calle San José que se iba a sumar a la agenda justo en el momento en que se desató un escándalo aún en resolución...

Mas no todo han sido pérdidas. Ha habido altas y, con ellas, muestras de que hay culturetas emprendedores. Lo fue en su día Cristina Hoyos, y chapó por ella y los suyos; lo han sido Salvador Távora y Los Ulen apostando por crear en Hytasa un distrito cultural, Ricardo Iniesta por levantar un teatro-escuela a las faldas del Vacie y saber sacarle provecho...

Y como ellos, los responsables de las salas alternativas, o ese titiritero mayor del reino que es Juan Antonio Rodríguez Conde con su Titiribús itinerante, al que no le ganan a fe en su propuesta.

Todos pasan sus fatiguitas para llegar a fin de mes, a ninguno les sobra y todos son expertos en ordeñar las tetas de la administración, en jugar a llevarse bien con tal o cual porque eso llega a marcar la diferencia entre llevarte unos pocos miles de euros o a penar sin poder producir apenas nada.

En esta cofradía de los amigos perpetuos de la subvención, el caso de Cristina Hoyos sobresale por lo dicho al principio, por lo epidérmico, por la polvareda que provoca entre quienes no pueden reprimirse y mandan sus comentarios a nuestra web resaltando lo bien tratada que ha estado y está la bailaora, por los que ponen el acento en que su museo no deja de ser una empresa privada.

Es el juego del que siempre ha hecho gala Cristina Hoyos, el de aviárselas -lo hace de maravilla al frente del Ballet Flamenco de Andalucía, en nombre de la Junta- para diluir las fronteras entre lo público y lo privado hasta el punto de hacer parecer que lo suyo, por ser quien es, merece que el séptimo de caballería (Junta y Ayuntamiento) acuda a su rescate.

En otro momento, con otra coyuntura, igual le serviría; en el actual, donde las administraciones se las ven crudas para afrontar sus propios compromisos culturales, ni con tacones ni sin ellos parece que vaya a obtener nada. Y con declaraciones como las realizadas desde China en las que afirma que los casi 900.000 euros que les han llegado de aquí y de allá "son de Europa, no de la Junta ni de Sevilla" no hace sino torcer su hasta ahora buena estrella.

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