Toros

Otro cuento de la lechera

La esperada corrida de Cuadri decepciónó al aficionado y congregó menos de media plaza. Ferrera y Gallo mostraron disposición en distintos registros pero Leandro, que sorteó el toro con mayores posibilidades del encierro, naufragó por completo.

el 11 abr 2013 / 23:46 h.

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Las redes sociales, especialmente Twitter, se han convertido en la gran mesa camilla del toreo. Son la versión virtual de esas tertulias que han acompañado esta bendita afición desde que el mundo es mundo. Una persona ajena a las lides taurinas pero versada en el mundo digital podría pensar –leyendo tweets y más retweets– que harían falta diez plazas de toros para albergar a ese público ruidosamente torista, amante y panegirista de los cuadris, que ayer no logró congregar ni la mitad del aforo de la plaza de la Real Maestranza a pesar de la pasmosa fe incondicional que acompaña a esta vacada en la que embisten contados pero memorables toros. maestranza-portadaEl último que les embistió en Sevilla fue el célebre Bola pero los niños que nacieron ese año ya han hecho la comunión. El caso es que el serio encierro lidiado ayer no alimentó las quimeras de los deudos de los toros de Comeuñas. Bien presentados, hondos y cuajados, los toros tuvieron esa propensión general a aplomarse y frenarse en los engaños ante una terna, ésa es la verdad, cogidita con alfileres en la cartelería global de la Feria. El veterano Antonio Ferrera fue el encargado de abrir este plúmbeo y largo festejo al que los matadores se empeñaron en dotar de tiempos y más tiempos muertos y esa moderna parsimonia impostada que alarga las corridas más allá de las dos horas y media empobreciendo el espectáculo. El extremeño vendió bien siempre todas sus motos desde que paró los regates que le hizo el primero de la tarde en el capote. No pasó de corriente y cumplidor con los palos pero escenificó un trasteo de terrenos cortos y ademanes grandilocuentes que tuvo sus mejores fases –a cuentagotas– por el lado izquierdo a pesar del cemento que lastró las patas del toro de Cuadri, cada vez más aplomado. Mientras, Ferrera se llevaba toda una vida en la cara marcando el tedioso ritmo que ya mantendría toda la corrida. Una estocada defectuosa puso final al empeño. Aún quedaba un largo tostón. El cuarto se rompió un pitón al ser estrellado en un burladero y fue sustituido por un tremendo sobrero que Ferrera quiso emplear para hacer florituras. Nadie se explica aún para qué lo plantó en los medios haciendo apología de un falso torismo que a esas alturas ya noconvencía a nadie. Sucedió lo que tenía que pasar. El toro se desentendió del caballo y hubo que pisar las rayas para darle su ración de metralla. Para dejar limpia la chistera de conejos, el extremeño salió a banderillear en plan pluriempleo: con el capote y los palos en la mano mezclando lidia, cuarteos y dificultades en un segundo tercio que tampoco tuvo brillantez. Pero Ferrera, perro viejo, sí supo dotar de prosopopeya y efecto teatral a una faena que no estuvo exenta de mérito. El toro tenía sus dificultades pero tampoco estaba falto de posibilidades que el torero supo aprovechar en un trasteo muy dosificado y teatralizado que cayó bien en el personal que se desperdigaba por los tendidos. En cualquier caso, uno de los pocos alicientes del festejo –más allá de la fe inquebrantable de los toristas– era saber si Eduardo Gallo mantenía el estado de forma que le ha sacado del túnel. Estuvo a punto de enderezar la tarde con un tercero que engañó a casi todos al emplearse en el caballo y venirse arriba en banderillas. Pero duró un suspiro en la muleta, lo justo para que el diestro salmantino pudiera arrancarle los mejores muletazos de la tarde en una labor declinante que no logró elevar la media decepcionante de la corrida de Cuadri. Cuando salió el sexto apretaba el frío, chillaba el reloj y caía la noche sobre la plaza de Sevilla. La parroquia estaba loca por coger la puerta y Gallo estuvo más tiempo del necesario delante de la cara de un pésimo sexto que sólo pegaba cabezazos y embestía al paso y a su aire. La tarde ya había caído al abismo. Dejaremos para el final al frágil y almibarado estilista Leandro, colado en la feria por arte de birlibirloque y sujeto extraño delante de unos toros que, a priori, ya se sabía que le iban a hacer pasar un quinario. Medio se tapó con el segundo. otro ejemplar aplomado y deslucido, corto de viajes, tardo y sin clase que amagaba las embestidas y se paraba en el primer tranco de los muletazos. Ahí tuvo más excusa el torero, que estuvo a punto de ser derribado cuando el animal lo descubrió de puro descruzado que estaba. Pero el matador de Valladolid –vestido de artista de manual– iba a tener la buena o mala suerte de enlotar el ejemplar con mayores o mejores posibilidades de lucimiento de un mal encierro del que algunos esperaban mucho más. Fue el quinto: en ése sí había que ponerse delante, intentar templar los muletazos y quedarse colocado para ligar el siguiente. Tan fácil, pero tan difícil. Leandro las pasó moradas y además se le notó pronto en el arqueo de las piernas, las dudas, los pasos atrás... ¿qué hacía un chico como tú en un lugar como éste? El toro de Cuadri, con sus problemas, tenía muchas teclas que tocar pero aquello terminó en mitin de los gordos.

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