Hace años, un dirigente pesquero andaluz me comentó que el voraz, besugo de la pinta en madrileño, estaba protegido gracias a una parada biológica natural: el levante. La naturaleza es sabia y donde actúa, competiendo con el carácter predatorio del hombre, suele ganar. Andaba reinando en los efectos colaterales de la crisis: descenso del 25% en las ventas de pescado en el Merca, menos jamón, menos ladrillos, cuando llegó a mis manos un dato inesperado: en plena burbuja consumimos una media de casi siete kilos per capita de marisco fresco y casi cuatro de congelado. Eso de los promedios es traicionero, lo sé, pero con los datos hay que convivir. Pero es verdad, no he visto más gente comiendo gambas en los días de mi vida ¿de dónde vienen tantas gambas? Pobres restaurantes, al menos uno o dos de Sevilla-no doy nombres porque ya lo saben y porque estoy de servicio y no puedo hacer propaganda-. ¿Qué va a pasar ahora?
Tengan en cuenta que un par de promotores felices, tras una buena operación, se suelen comer una media de tres kilos de los mentados bichitos de una sentada. De manera que buenas econoticias. Los bancos marisqueros se van a recuperar; y la salud. Según los expertos, un buen sistema público de salud se basa en una excelente prevención. Es decir, hay que prever un descenso considerable, en promedio, de colesterol y ácido úrico. Otra cosa es el colesterol bueno (y el litoral): se recuperará la cabaña ibérica (¿y el litoral?) pero el cambio de jamón a mortadela y chope tendrá sus consecuencias negativas. Sobre el tomate aliñao, arvellanas y chochos-dieta de crisis- no tengo datos. El que no se anima es porque no quiere.
Licenciado en Derecho y Antropología
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