El cordobés Maimónides, en el siglo XII escribió un libro a su discípulo Benaknin acerca de la conciliación entre fe y razón; lo llamó Guía de perplejos aunque, en muchas ediciones, la traducción ha sido Guía de descarriados. Poco después esos principios -que ya habían sido defendidos por Averroes- pasaban a Tomás de Aquino y, desde entonces, el pensamiento de que no existían cosas ajenas al razonamiento presidió las reglas de todas las escuelas, fueran judías, musulmanas o cristianas. Puede que todo eso haya concluido al prohibir la Agencia de Protección de Datos a la Consejería de Educación hacer públicos los de las familias de los alumnos.
Hete aquí que, de nuevo, como si estuvieran en una reunión de sofistas, habrá padres sumidos en la perplejidad y, como Benaknin cuando preguntaba a su maestro, dudarán sobre si se ha impuesto de nuevo la fe ciega y hay que creer sin más y a pies juntillas las estimaciones de cada familia para el ingreso de sus hijos en un colegio, o sigue siendo válida la lógica de los baremos a pesar de que de ella se detraiga alguna información, lo mismo que la tomamos de otras fuentes como las páginas blancas.
Pero será mayor la perplejidad de la Consejería, a la que se le exige que obre con justicia a la vez que se le impide hacerlo. El problema no está tan distante del que planteaba el enigma al que se refería Platón en La República: un hombre que no es un hombre, viendo y no viendo un pájaro que no es un pájaro, posado y no posado en un árbol que no es árbol, le tira y no le tira una piedra que no es una piedra. Puede que, al final, consiga la solución pero ni se sabe cuantos palos de ciego dará hasta entonces. Entre tanto, a la Agencia estatal habría que regalarle un libro como el de Maimónides en su segunda acepción: una guía de descarriados.
Antonio Zoido es escritor e historiador
