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Pésimo teatro, desigual elenco

el 06 feb 2013 / 08:32 h.

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Ópera
Sárka / Cavalleria Rusticana
Teatro de la Maestranza. 5 de febrero. Sárka (Janacek) y Cavalleria rusticana (Mascagni). Intérpretes: Mark Doss, Christina Carvin, Roman Sadnik, Dolora Zajick, Alexandra Rivas, José Ferrero, Viorica Cortez, José Manuel Montero. Coro del Teatro de la Maestranza. Íñigo Sampil, director. Director de escena: Ermanno Olmi. Director musical: Santiago Serrate. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla (ROSS). Producción del Teatro La Fenice de Venecia.

Lo veníamos diciendo días atrás, el Teatro de la Maestranza sumó anoche una nueva recuperación lírica, la de Sárka de Janacek. Realizados los parabienes, esta obra inmensamente menor del autor checo bien puede volver al arcón por unas décadas más, so pena de que alguien poco documentado relacione al compositor con ella en lugar de con El caso Makropoulos y De la casa de los muertos. Su argumento, casi el de una ópera nacional cuya música remite a Wagner, fue presentado en una de las peores realizaciones que hemos contemplado en este escenario.

El cineasta italiano Ermanno Olmi es uno de los autores más incomprensiblemente laureados del cine de autor, y la misma torpeza que demuestra en sus productos fílmicos se advierte en una escenografía que rezuma cartón piedra y espadas de juguete, donde no existe la dirección de actores -y si la hay, es de función colegial- y cada acción provoca más sonrojo que la anterior. Por fortuna, la soprano Christina Carvin fue una estupenda Sárka, con una voz de considerable anchura y de emisión plena y segura. Buen hacer también el del barítono Mark Doss (Pfemysl), de timbre grato y soberbia proyección. José Manuel Montero (Lumír), como tenor, rindió con adecuación. Y al lado de ellos, no sabemos qué hacía allí el tenor Roman Sadnik (Ctirad), inseguro en cada intervención, de voz temblorosa, poco afinada y sin mordiente.

En una y otra representación, el Coro del Maestranza se manejó con soltura, incluso en la pronunciación del checo de Sárka todo nos pareció -y es sólo una apreciación sin rigor filológico- fluir con aparente naturalidad. El maestro Santiago Serrate demostró su buen hacer en ambas piezas, y mereció un aplauso más caluroso del público. Supo explorar cuanto de bueno había en los epidérmicos pentagramas de Janacek, y luego condujo a la ROSS hacia una versión ligera, sin asomo de trascendencia, de Cavalleria, con el célebre Interludio dicho animosamente, sin incurrir en la morosidad ni en la pesante delectación con la que otros lo abordan.

La escena volvió a resultar tan inerte como en la primera parte. Olmi entiende que con la erección de una inmensa cruz ya puede olvidarse del resto. Los cantantes y el coro deambulan por un escenario semivacío, donde no hay nada que ver ni ninguna sugerencia que mostrar. Triunfadora -en lo vocal- fue la Santuzza de la mezzo Dolora Zajick, de enorme densidad, con una voz oscura que graduó ejemplarmente, dando a cada escena su propio tono. José Ferrero (Turiddu) no atravesó un buen momento -aquejado de un proceso gripal, según se informó- pero fue apreciable su entrega dramática y el brillo de una de las voces más rutilantes de la actual escena lírica española. Muy corta de voz, la ajustada soprano lírica Alexandra Rivas (Lola), decididamente brillante Mark Doss (Alfio) y sin interés la Mamma Lucia de Viorica Cortez, con una voz estrangulada y abiertamente gastada.

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