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Plaza de la Inocencia

En todos los relatos y descripciones de la Feria del siglo XIX tuvieron párrafos las buñoleras. Escritores y gacetilleros que, a lo largo del resto del año, comparaban sin pudor cualquier cosa fea o de mal gusto con los hábitos de los gitanos no dudaban en poner por las nubes la belleza de sus mujeres...

el 16 sep 2009 / 01:57 h.

En todos los relatos y descripciones de la Feria del siglo XIX tuvieron párrafos las buñoleras. Escritores y gacetilleros que, a lo largo del resto del año, comparaban sin pudor cualquier cosa fea o de mal gusto con los hábitos de los gitanos no dudaban en poner por las nubes la belleza de sus mujeres, la gracia de sus hombres y el tipismo de la estampa; las buñoleras eran elemento imprescindible de la Feria lo mismo que ésta era imprescindible en una Sevilla que, habiéndose dado cuenta ya entonces de la importancia del turismo, llamaba a la puerta del mundo cada primavera.

Luego desaparecieron en el primitivo recinto de Los Remedios. Los gitanos habían sido exiliados de Triana a las Tres Mil y seguramente se pensó que el acero de las chocolaterías industriales -rótulos iluminados en el frontispicio y neón en el interior- se correspondía con al desarrollismo de la vespa o el seíta. Lo mismo que Sevilla había tirado por la borda un jirón fundamental de la promoción del arrabal, aquella Feria lo hacía con el legado de los pintores costumbristas. El resultado, un recinto soso, que se apagaba por las noches como una ciudad de verdad: con el interruptor de cada caseta.

Así que, en cuanto se instaló en la Casa Grande el primer ayuntamiento democrático, al ojo clínico de Ortiz Nuevo le faltó tiempo para poner las cosas en su sitio y se reinventó la Plaza sin nombre de las Buñoleras que es otra Ciudad Invisible de Italo Calvino. Allí van los madrileños sin entrada para la Maestranza a las seis y media de la tarde y los demás en cuanto se agostan los ánimos. Sevilla por seis días se traslada a la ciudad de la Feria, y ésta cada madrugada se va a otra, la creada por los de las Tres Mil donde nadie les pone reparos. Es otro mundo. Podría hasta llamarse Plaza de la Inocencia.

Antonio Zoido es escritor e historiador

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