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Prohibido terminantemente el cante

El Rinconcillo (Centro). Siete generaciones de una familia han regentado este patrimonio muy material de la hostelería sevillana.

el 27 dic 2012 / 21:47 h.

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Si hasta sus manos, amable lector que lee mi artículo, ha llegado un ejemplar de mi novela La Playa de los Alemanes, y perdón por la autocita, quizás haya reparado en la foto que en la solapa de la portada ilustra mi breve curriculum. Pues esa foto está hecha, precisamente, mientras me apoyo en una columna de la barra de El Rinconcillo. La foto, no obstante, está mutilada, de ella se ha eliminado su mejor parte, que es donde aparecen los amigos que me acompañan, gente de muy buena pluma, y no me refiero precisamente a que formemos un grupo tipo Village People, Manolo Grosso, Paco Robles y Eusebio León. Éste, uno de los mejores escritores sin obra (aparte de sus jugosos artículos en la competencia) que hay en Sevilla, a ver cuándo se anima a completar trescientas páginas con su certera y cachonda prosa de la más pura raíz sevillana. La foto la hizo mi editora, Rosa García Perea, que, por cierto, acaba de publicar en Jirones de Azul, su editorial, un divertido libro. Soy lo peor es una especie de Diario de Bridget Jones cañí de Sevilla Este con asesinato de por medio. Se lo recomiendo, pasarán un buen rato.

Ustedes dirán que a qué viene este rollo si esto se supone que es un artículo gastronómico, bueno pues me lo van a permitir porque es el último del año y hoy es el día de los Santos Inocentes. Todo esto viene a que El Rinconcillo es patrimonio de todos, de los que amamos Sevilla, de los que hace años andamos por el centro, de los que, Dios aquellos años, recalábamos a las tantas en su barra de madera, mirando las viejas estanterías con las botellas de las viejas soleras, de las antiguas botellas de brandy y compartíamos una tortillita de jamón con tres colegas, y un coronel cada uno, ese vinazo de Valdepeñas que traía a Sevilla Casa Morales. Porque hablar aquí de las tapas, del servicio, vale, pero esto es otra cosa, esto es un local que se fundó cuando reinaba en España Carlos II, el último Austria, el que llamaban el Hechizado, lo de después... en fin, qué les voy a contar que ustedes no sepan.

Siete generaciones de la misma familia
, desde el siglo XIX, han regentado y regentan el negocio, y sea por muchos años, que conservar en Sevilla, parece mentira, se está convirtiendo en excepción. Con todo, ¿están buenas las espinacas con garbanzos de El Rinconcillo? Indudablemente. ¿Son las mejores de Sevilla? Qué más da, porque aquí lo que había de toda la vida eran chacinas, buen jamón y gran queso, con cerveza Cruzcampo o con tinto, porque lo importante es el sitio, ese recaladero donde se juntan los de toda la vida y, cada vez más, mea culpa y de los compañeros de profesión, gentes de todo lugar que leen en guías y foros las virtudes del sitio, lástima de paraísos globalizados. Carrillada de ibérico, pavía, bacalao con tomate, menudo, por hacer pequeña nómina de su, hoy sí, extensa carta de tapas. También se amplió la bodega, con Muga, con Ardanza, con Remelluri, con Tondonia, con Marqués de Vargas, con Viña Sastre, con Protos, y muchos más.

En la curva de la barra, mi lugar favorito, miro por esos balcones al nivel del mar, y medito sobre la ingrata ciudad que deja caer Santa Catalina. Allí, a dos palmos, desbaratándose por momentos, la Santa en su azulejo lleva la palma del martirio, otra le tendrían que dar, el martirio de soportar la indolencia de esta ciudad novelera que se gasta millones en pamplinas de diseño mientras su patrimonio se pierde. Demagogo me dirán, claro, qué inocentes.

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