Cultura

Puerta grande para el gran Enrique Ponce

A Ponce le han dado una oreja después de dos pinchazos, una estocada y dos descabellos, además de dos avisos. Y no ha influido el paisanaje. Sin más rodeos, sencillamente le dan el rabo. Porque fue faena de eso, y no por haber sucedido aquí en Valencia que es su tierra, sino en cualquier otra plaza. (Foto: EFE).

el 15 sep 2009 / 02:01 h.

A Ponce le han dado una oreja después de dos pinchazos, una estocada y dos descabellos, además de dos avisos. Y no ha influido el paisanaje. Hay que imaginar lo que hubiera sido si mata a la primera. Sin más rodeos, sencillamente le dan el rabo. Porque fue faena de eso, y no por haber sucedido aquí en Valencia que es su tierra, sino en cualquier otra plaza, de cuanta más categoría más segura la reacción del público a su favor.

Nadie daba tres céntimos de euro (lo que antes era un duro) por la faena en base al toro. Ese puede ser uno de los méritos grandes de Ponce, su apuesta por el triunfo, como ya había hecho en el toro que abrió plaza.

En aquel fue la habilidad, la forma "de venderlo", para que aparentara una grandeza que ni por asomo se podía adivinar, con ¿un toro? que resultó el colmo del descastamiento, blando y parado, que se defendía y se venía al cuerpo, escarbador y sin rematar sus escasos y muy intermitentes viajes. Así y todo obró el milagro de apuntalarlo, obligándole a pasar. Primero el astado, y después el público, terminaron "metidos" en la muleta de Ponce. Primera oreja.

La siguiente faena se la brindó Ponce a un veterano aficionado -103 años recién cumplidos de extraordinario carácter humano y afición sin límites-, partidario suyo. Un compromiso que obligaba mucho por el cariño que se profesan mutuamente. Y así ocurrió lo genial. El animal se movía algo más que el anterior pero sin ninguna clase, y siempre merodeando por el refugio de la querencia. Había que echarle mucha ciencia y coraje al asunto para que aquello resultara, ni más ni menos que un buen compendio de los mejores atributos del mejor toreo.

Ponce desgranó las series de lo fundamental, derechazos y naturales, cada vez más largas, muy templadas y con mucho ritmo, sobre la base de la ligazón, la estética y la profundidad.

Y entre series, una deliciosa variedad de apuntes, detalles y remates. El caso de molinetes y molinetes invertidos, cambios de mano por delante y por detrás, el pase de las flores, el de la firma o las trincheras y trincherillas, circulares invertidos y por delante, que según los iba interpretando, por la ligazón y despaciosidad que les imprimía, perdían el carácter de accesorio con el que habitualmente están marcados. Todo de una extraordinaria profundidad. Sí, también los adornos.

Por eso, a pesar de atascársele la espada, le dieron la oreja que le abría la Puerta Grande. No podía salir Ponce por otra.

Y a todo esto, la tarde, marcada por el revés del ganado, no dio de si para los otros dos toreros. Manzanares cargó con un primer marmolillo que se agarró al piso haciendo imposible cualquier proyecto de faena. El quinto tampoco aguantó, ni llevándole a media altura.

El local y modesto Esteve intentó pelearse con dos bueyes que se lo pusieron muy difícil. Así que bastante con haber salido indemne.

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