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Cultura

Que le den a los achaques

El Teatro Lope de Vega se llenó anoche de arte y humanidad con los veteranos del flamenco: Curro de Utrera, La Cañeta, El Carrete de Málaga, El Peregrino, Rancapino y Romerito de Jerez. El público vibró con ellos, que lo dieron todo.

el 02 oct 2014 / 00:46 h.

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El Carrete, Romerito, Miguel Salado, Rancapino y Antonio Soto. Los guitarristas estuvieron a gran altura. / El Correo El Carrete, Romerito, Miguel Salado, Rancapino y Antonio Soto. Los guitarristas estuvieron a gran altura. / El Correo TODA UNA VIDA * * * * Escenario: Teatro Lope de Vega. Cante: Curro de Utrera, La Cañeta, Romerito de Jerez y Rancapino. Baile: El Carrete y El Peregrino. Guitarras: Antonio Soto, Miguel Salado, Perico de la Paula, Luis Calderito y Juan Manuel Moreno. Entrada: Lleno.   Todavía me duelen las rodillas de ver bailar a El Carrete, El Peregrino y La Cañeta. Y el alma, de escuchar cantar a Rancapino. Y el corazón, de ver lo serio que estuvo toda la noche Curro de Utrera, a pesar de que le tocó al lado La Cañeta, que sería capaz de levantar el ánimo de un oso viudo. Y el pecho, de sentir en las mismísimas entretelas la voz aún fresca de Romerito de Jerez, su eco de cristal. ¡Qué emocionante fue el reencuentro con algunos de estos artistas veteranos! No olvidados, porque sería imposible, aunque sí apartados de los festivales punteros. Son parte de los últimos testigos de una época en la que el flamenco rebosaba humanidad por todos los poros de su ya vieja piel. El Carrete y El Peregrino, en el pase gráfico. / El Correo El Carrete y El Peregrino, en el pase gráfico. / El Correo Y están en forma, sus voces aún duelen y los pies de los veteranos bailaores son todavía veloces, de acero sus rodillas y de arrope puro sus movimientos. Hoy no se trata de contar qué cantaron y bailaron, y cómo. No venían a examinarse, sino a ponernos la piel como el caparazón de un centollo. Y lo lograron no solo por cómo cantan y bailan, que no se puede tener más sabor y más arte, sino por la humildad de todos ellos. Ninguno ha sido un lumbrera de época, aunque todos han tenido y tienen aún buen cartel. Son grandes y están entre los grandes, pero anoche rezumaban humildad y nos dieron las últimas gotas del vino de lo jondo para que saliéramos del teatro embriagados. No analizando cómo hizo Romerito las soleares de Cádiz o las de Alcalá, o cómo fue capaz Rancapino de sacar adelante unas seguiriyas torreras. No pensando de dónde sacó la voz Curro de Utrera para bordar el polo o las rondeñas. Ni siquiera cómo le da La Cañeta la vuelta a las letras para en vez de decir cerrajones y brevas, decir filetes empanados en la fiambrera. Se entregaron para eso, para que sepamos todos que el flamenco nos es sólo técnica y medida, sino arte natural, una forma única de entender la vida y de contar lo que hemos sido y lo que somos. Dejaron las penas y los achaques en casa y vinieron a la Bienal no buscando una terapia para ellos –el flamenco es la mejor terapia–, sino para nosotros, que a veces utilizamos el flamenco para enfrentarnos y dividirnos, en vez de para mejorar como personas y amarnos más de lo que nos amamos los unos a los otros. Ellos, los veteranos de este arte, son un ejemplo. La Cañeta debería ser paseada por todas las residencias de España para levantar el ánimo de nuestros mayores. No lo consiguió con Curro de Utrera, que es un hombre serio, de poca actividad facial. Imagino que, viéndole la cara, pensaría: «No me puedo imaginar a esta flamenca todo el día en mi casa». Porque la cantaora malagueña, la hija de La Pirula, es un borbotón de vida. Todos lo fueron anoche. Y lo de El Carrete y El Peregrino, para cerrar todas las academias del mundo. Nos hacía falta una buena borrachera de humildad flamenca, pero de una humildad grande como la de anoche, con estos viejos que, mezclados con los jóvenes, vinieron a decirnos lo grande que es el flamenco.

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