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¿Qué queda después de la parafernalia?

el 08 sep 2012 / 21:38 h.

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Teatro Lope de Vega. Compañía de Olga Pericet. Rosa metal ceniza. Dirección artística: Olga Pericet. Dirección escénica: David Montero. Música original: Antonia Jiménez y Javier Patino. Guitarras: Antonia Jiménez y Javier Patino. Cantaores: Miguel Ortega, Miguel Lavi y José Ángel Carmona. Palmas: Jesús Fernández. Bailaores: Jesús Fernández y Francisco Villalta. Entrada: casi lleno. Sevilla, 8 de septiembre 2012.

Es indudable que nunca ha habido bailaoras y coreógrafas tan preparadas como las de ahora en la historia del baile jondo, sean más o menos flamencas. Olga Pericet es una las mejor dotadas técnicamente y destaca, además de por su excelente formación dancística, por una interesante creatividad. Su versatilidad nos ha proporcionado a veces la oportunidad de verla bailar flamenco y en otras disciplinas, como son la escuela bolera, la danza contemporánea y el clásico epañol. En todas estas facetas tiene un buen nivel y esto hace que cuando baila flamenco, que es de lo que se trata, su estilo nos resulte de gran personalidad. Su espectáculo de anoche, Rosa, metal, ceniza, con el que ya ha rodado bastante, es de un contenido flamenco indiscutible, que parte con el Romance a Córdoba, del genial Pepe Marchena y La Rosa, en vivo, del joven cantaor palaciego José Ángel Carmona.

Olga Pericet es cordobesa y quiso empezar de esta manera su espectáculo, con músicas delicadas y sensuales, y ese piropo a Córdoba del marchenero, enlatado, que la metieron de lleno en unas cantiñas encantadoras, con mantón y buena base de cante y guitarra, las voces de Miguel Ortega, Miguel el Lavi y José Ángel Carmona, y las guitarras de Antonia Jiménez y Javier Patino. Baile muy artístico pero  con tanto cariño al mantón que a veces éste ocultaba sus dos manos, que en el baile por alegrías son fundamentales. El mantón queda bonito como adorno y a los fotógrafos les encanta congelar sus flecos, como el gran Paco Sánchez, pero nunca puede tapar esas partes del cuerpo que le dan feminidad al baile, y mucho menos las manos.

Me alegraron la noche con la voz del Niño de Marchena cantándole a Córdoba la llana, al comienzo, pero luego, detrás de las cantiñas, se dejaron caer con una extraña manipulación de esta joya del marchenero para que el bailarín Paco Villalta hiciera no sé qué que no entendí. No sé si simbolizaba la transformación anunciada, porque a Ovidio creo que le vieron tomando café en La Raza mientras se desarrollaba la obra. Distinto trato tuvo Isaác Albéniz, y no hay derecho.

Tampoco entendí muy bien lo de que desapareciera del escenario la bailaora para que actuaran en solitario sus  cantaores, porque fumos a disfrutar de un espectáculo de baile y no de cante, por muy bien que cantara Miguel Ortega la taranta de Vallejo, El Lavi por bulerías y José Ángel La Rosa de Marchena, aunque a su estilo.

Cuando regresó Olga Pericet al escenario fue para bailar una seguiriya. Estábamos ya en el segundo libro, Pasos y mudanzas del metal. Tenía curiosidad en ver bailar por seguiriyas a quien nada más empezar la obra me maravilló emulando a Manuela Perea, la bolera sevillana, que dicen que era bajita como ella, pero con un arte tan grande que revolucionó la escuela bolera y la puso de moda en todo el mundo.
La seguiriya no estuvo mal montada, con sus tres cantaores ayudándola, pero el vestido era horroroso y eché en falta algo más de feminidad en este baile, en el que metió demasiados pies y se dio una docena de manotazos en sus muslos. Es su estilo, de acuerdo, pero aquí estamos acostumbrados a otra forma de bailar la seguiriya. Muy efectista, eso sí, la forma tan brusca en la que se la llevó del escenario el omnipresente Paco Villalta: como si fuera un saco de algodón.

Le quedaba la soleá apolá, que remató con la soleá petenera y con la petenera de Pastora. Bata de cola oscura y Miguel Ortega emulando a Fosforito, echándole coraje al cante. Olga Pericet estiró más los brazos que en la seguiriya y no movió mal la bata de cola; se sintió más bailaora y más flamenca y nos delitó con algunas poses hermosas, que el público, loco con ella, agradeció con palmas, gritos y hasta silbidos, como cuando bailó bulerías el impetuoso Jesús Fernández.

Como espectáculo no estuvo mal esta obra de la bailaora cordobesa, sobre todo la parte flamenca. El problema de este tipo de obras es que les quitas la parafernalia y el teatro y se quedan en poca cosa, por mucho mérito que tenga el esfuerzo.

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