Cultura

¿Quién necesita oposición?

el 14 feb 2010 / 20:38 h.

El alcalde y la consejera, durante la firma de uno de los acuerdos de colaboración.

Los asiduos a la actualidad político-cultural de la ciudad de Sevilla saben de sobra que el Partido Popular está desaparecido en aquellas cuestiones que los periódicos locales recogen más allá de la página 15 o 20. Ésta, por supuesto, no es la causa del mal rollo existente entre la Consejería de Cultura y el Ayuntamiento hispalense, que la pasada semana volvieron a protagonizar un cruce de acusaciones y desmentidos públicos a cuenta -otra vez- del Tesoro del Carambolo. Sin embargo, sí tiene que ver, ya que nada une más a un grupo que la clara visualización de un enemigo común y, en materia cultural, éste no existe.

Las malas relaciones entre estas dos administraciones socialistas se arrastran desde hace años y tienen implicaciones no sólo políticas -en algunos casos relacionadas con las familias del PSOE- sino también humanas. Y es que, obviamente, en esto de la política también existen las antipatías personales.

La consejería y el Ayuntamiento llevan dando estos lamentables espectáculos -o entretenidos, según se mire- desde 2004 ,con unos choques públicos que hacen preguntarse si realmente es el mismo partido el que gobierna las dos instituciones.

La semana pasada se produjo el último capítulo en esta larga historias de desavenencias con el enfrentamiento entre Maribel Montaño y Bernardo Bueno, delegados de Cultura del Ayuntamiento y la consejería, respectivamente. La delegada anunció a través de una entrevista con este periódico -publicada el lunes- que se había llegado a un acuerdo con la Junta para que el Tesoro del Carambolo se expusiera en el Consistorio durante los años que durara la reforma integral del Arqueológico.

Hasta aquí todo normal. Meses atrás, ambas instituciones se habían enfrascado en un cruce de acusaciones a cuenta de este asunto. Aquel debate no se cerró, pero se dejó enfriar. Así quedaron las relaciones institucionales, en una tensa guerra fría que volvió a estallar cuando Montaño anunció que al fin se había llegado a un acuerdo con la Junta para exponer las joyas en el Consistorio.

¿Por qué Bueno negó públicamente que existiera este acuerdo, tal y como había anunciado su compañera de partido y, a pesar de ello, amiga? Por una razón fácil de entender: porque este acuerdo no existía -aunque no había necesidad de airearlo así-. ¿Por qué lo anunció entonces Montaño? Según dijo ella en el polémico comunicado con el que contestó a Bueno, porque había llegado a esa conclusión tras sus "múltiples conversaciones". ¿Qué versión es la verdadera? Ninguna al cien por cien, seguramente.

Aunque esto sería objeto de otro análisis distinto del que nos ocupa. Como ya se ha mencionado anteriormente, éste sólo ha sido el último capítulo de una larga historia de desencuentros que arranca tras las elecciones autonómicas de 2004, cuando la malagueña Rosa Torres es nombrada consejera de Cultura y desembarca en Sevilla con un equipo eminentemente malagueño, encabezado por el controvertido viceconsejero José María Rodríguez, un político ambicioso y cuyo trabajo y formas dieron mucho que hablar, hasta que fue cesado -sin explicación oficial- en esta legislatura.

Rodríguez, que poseía una agenda de actos propia, se arrogó una relevancia pública que jamás había cobrado otro viceconsejero. Controlaba todo lo que se movía en Cultura y daba el visto bueno a cualquier decisión relacionada con otra administración. En algunos momentos, llegó a tener más visibilidad que la propia consejera. Pero si hay algo por lo que se le recordará será por sus malas relaciones con el Ayuntamiento de Sevilla y, en concreto, con su entonces delegado de Cultura, Juan Carlos Marset.

Los más adictos a la política cultural recordarán el primer gran enfrentamiento. En noviembre de 2004, el viceconsejero desmentía un anuncio realizado horas antes por Marset, que había informado sobre un supuesto acuerdo alcanzado con la Junta para instalar la Casa de los Poetas en la Casa Murillo. Pasadas unas semanas, la historia se repitió por el mismo motivo. Tal fue la tensión que ocasionó esta cadena de desmentidos que el alcalde llegó a llamar a Torres para pedirle que su viceconsejero dejara de poner en evidencia a Marset.

Las aguas se calmaron, temporalmente, pero siguió la desconfianza. En mayo de 2007 se produjo otro episodio digno de mención. Marset denunció públicamente que Cultura no cumplía con los compromisos financieros adquiridos por la consejera mediante la firma de un acuerdo, que comprometía anualmente un millón de euros para actividades del Consistorio. Esto, según dijo, hacía "peligrar" la programación cultural. Bueno replicó pidiéndole que se "tranquilizara".

La cosa salpicó de nuevo al alcalde, que tuvo que terciar en un acto público: "Eso está resuelto ya; lo hemos hablado la consejera y yo y está solucionado". Pero la solución nunca llegó. Al año siguiente, la Consejería de Cultura dejó de firmar este acuerdo anual.

En julio de 2007, Marset se marcha a dirigir el Inaem y es relevado por Montaño, que no sólo heredó una ingente cantidad de proyectos, sino las malas relaciones con la administración autonómica. Por ello, la primera misión que le encargó Monteseirín fue la de rebajar tensiones con Cultura. Y en este ánimo ha estado la delegada, manteniendo en todo momento el equilibrio entre la reivindicación velada y el tono diplomático.

Pero Montaño no es el santo Job, y el desmentido público de Bueno ha colmado el vaso. El resultado: un comunicado criticando a su amigo Bernardo.

¿Qué consecuencias tiene para el ciudadano esta cadena de disputas? Lamentablemente, demasiadas. La división administrativa a la hora de repartir los recursos públicos -el dinero que sale de nuestras nóminas- hace que muchos proyectos requieran del concurso de las dos instituciones. Es el caso de promotores y empresarios, que necesitan sentar en la misma mesa y poner de acuerdo a Junta y Ayuntamiento para sacar adelante festivales, teatros o cualquier iniciativa, y que ven cómo pasan los meses esperando que éstos dejen de tirarse los trastos a la cabeza.

Y así está el panorama. Unas malas relaciones que responden a enemistades heredadas y a actitudes -a veces- infantiles que no deberían robar tiempo a lo que de verdad importa: el servicio público. Pero esto es lo que hay. De seguir así, no sería de extrañar que un día la prensa se desayunara con Bueno o Montaño pidiendo la dimisión del contrario. Y es que a veces la oposición... milita en casa.

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