Cultura

Rebelarse contra el destino

Cruzó el Estrecho jugándose la vida con 12 años, luego la asociación Paz y Bien tuteló su adolescencia. Ahora, Mohamed Achgaf estudia Ingeniería Química y publica un disco.

el 29 sep 2013 / 23:30 h.

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Portada de Invictus. Portada de Invictus.

El camino recorrido por Mohamed Achgaf no ha sido el más sencillo. Pero no fue él quien eligió transitar por un sendero lleno de curvas y de barreras. Ocho años hace que cruzó el Estrecho en una barcaza buscando una vida mejor. Tenía entonces 12 años y viajaba solo. Aquella experiencia ha sido satisfactoriamente superada. El 1 de octubre, este futuro ingeniero químico –inicia actualmente el tercer curso en la Hispalense– recibirá en Málaga el premio Andalucía Migraciones, en la modalidad de producción artística por su trabajo musical, Invictus.

“El rap es mi psicólogo personal, mi manera de expresarme y quejarme. Para ser rapero no hacen falta ni una voz bonita ni conocimientos musicales, solamente un mensaje, un buen mensaje”, dice Mohamed, quien para su aventura artística ha escogido el nombre artístico de Murasel, “que significa, en árabe, mensajero”: “Transmitimos el grito de la calle, de las gentes de los barrios, de una generación que, por unas cosas u otras, no encuentra su lugar”.

mohamed-AchgafTutelado primero por la administración autonómica, Mohamed Achgaf vivió su adolescencia en un centro concertado gestionado por la asociación Paz y Bien. Al cumplir 18 años pasó a formar parte de otro programa, vive en una residencia universitaria y contempla su futuro con optimismo. “Mi caso es un ejemplo de que el sistema, en ocasiones, funciona”, asegura. “Otros compañeros no han tenido tanta suerte y acaban mal, muy mal”, reconoce. Sin embargo, esta promesa de la música y de la ciencia nunca pensó, cuando por primera vez pisó suelo español, que hallaría luz en su destino.

“Nunca olvidaré mi llegada. Por aquel entonces, siendo un niño, lo veía todo negro. Me sentí completamente solo en el mundo cuando la policía me rescató y me metió en un coche. No saber ni una palabra de español era horroroso porque me provocaba aún más pánico. Sentía vértigo. No sabía cuál iba a ser mi paradero”, relata resumiendo una experiencia que le cambió la vida. Atrás quedaron Tánger y su familia –a la que ahora visita todos los veranos–. Por delante, un sinfín de reflexiones personales.

“Siempre he luchado contra los estereotipos”, asegura. Siendo árabe y rapero tiene sobrados motivos para ello. “Hay muchos cantantes de rap que llevan vidas muy tranquilas y visten de forma absolutamente normal, nada de gorra hacia atrás, anillos, cadenas y pantalones caídos”, comenta. Quizás por ello, antes que al estadounidense, Mohamed mira más al rap francés, “muy crítico y con artistas muy serios que lo defienden”. Sus éxitos curriculares en la universidad le han permitido, mediante becas, viajar en dos ocasiones a Francia para presentar su música. También ha podido hacerlo en Brasil, gracias a la Fundación Atarazanas, donde presentó un proyecto sonoro en el que repasaba la historia de la música brasileira.

“¿De estereotipos hablábamos? Te he contado los del rap, pero... ¿qué decirte de los que te caen encima cuando eres árabe?”, se pregunta con la respuesta muy a la mano. “Una vez una buena amiga me preguntó si yo hablaba musulmán. Yo le respondí, ¿y tú, hablas católico?”. Conversando con Mohamed se constata otra pertinaz realidad: Marruecos y España siguen siendo dos vecinos mal avenidos. “Falla la política de comunicación, a alguien se le podrá reclamar que nos sigan viendo como si todos fuésemos talibanes afganos que maltratamos a las mujeres”, resume no sin cierta apatía y desánimo.

En su canción Sueño, una de sus favoritas, Mohamed convertido en Murasel cuando hace música cita como referentes de superación a Neil Armstrong, Ghandi y Luther King, entre otros. En su repertorio no hay todavía un tema dedicado a alertar de esa amenaza asentada en Grecia y golpeada judicialmente este fin de semana: “De la ultraderecha y de las posturas racistas sólo puedo pensar que han sido alimentadas con la incultura. En situaciones difíciles lo fácil es echar la culpa al que menos la tiene, al inmigrante”, opina. Y, en cierta medida, el caldo de cultivo en España está comenzando a abonarse porque “el Gobierno está deteriorando la educación pública”, esgrime.

Su futuro, tras acabar los estudios, puede pasar por la música o por la ingeniería. “Mejor por lo primero que por lo segundo”, expresa en voz alta. Sevilla, la ciudad que tan tempranamente lo acogió, es un lugar que siente como suyo. “Pero tal vez estaría bien conocer otras ciudades, seguir mi camino”, cree. Y tras lo acumulado en su aún corta biografía, sus amigos y familiares, saben que Mohamed Achgaf, aquel niño que viajó aterrorizado en una patera, tiene la cabeza lo suficientemente bien amueblada como para prosperar allí donde se lo proponga.

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