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Ronquidos

La campanilla y el velo del paladar son en mí sólo un recuerdo, desde que decidí someterme a una operación para eliminar los ronquidos y salvar la convivencia, pero la persistencia de los genes, la llamada de la naturaleza ha podido más que el bisturí, de la misma manera que el río siempre busca su madre.

el 15 sep 2009 / 07:34 h.

La campanilla y el velo del paladar son en mí sólo un recuerdo, desde que decidí someterme a una operación para eliminar los ronquidos y salvar la convivencia, pero la persistencia de los genes, la llamada de la naturaleza ha podido más que el bisturí, de la misma manera que el río siempre busca su madre.

Durante cientos de miles de años, desde que el ser humano abandonó los árboles y acudió a refugiarse en las cuevas, el hombre cedió la parte interior a la mujer para que cuidara a los hijos, y permaneció en el dintel protegiendo a la familia de las alimañas con las que no tenía más remedio que coexistir.

Durante cientos de miles de años, no dos mil años, no siete mil años; no: cientos de miles de años, cada atardecer, el hombre se situaba a la entrada de la cueva, protector de la prole y la descendencia, en obligada vigilia, hasta aprender, en uno de los mayores alardes de la evolución, a imitar el rugido del león al tiempo que dormía, de manera que podía descansar y al tiempo advertir a los depredadores de la presencia del más feroz de todos ellos.

Realizar dos funciones a un mismo tiempo, dormir e imitar el rugido del león, para proteger a la familia es una de las pruebas fehacientes de la capacidad del hombre para realizar dos cosas al mismo tiempo.

Cientos de miles de años después de este aprendizaje y especialización, cada verano, con las ventanas abiertas, se escucha esta realidad. Y ahora viene la mujer y dice que estoy roncando. ¿Ya nos hemos olvidado de la cueva?

Consultor de comunicación isidro@cuberos.com

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