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Sabias opciones, juicios acertados

Vivimos una realidad plagada de incertidumbres que aparentemente ha dado la espalda, no sé si definitivamente, al universo de las certezas. Digo aparentemente porque, a pesar de mis deseos, en ocasiones se apodera de mí cierto escepticismo, ese acompañante antipático y lúgubre que con frecuencia nos persigue...

el 15 sep 2009 / 23:43 h.

Vivimos una realidad plagada de incertidumbres que aparentemente ha dado la espalda, no sé si definitivamente, al universo de las certezas. Digo aparentemente porque, a pesar de mis deseos, en ocasiones se apodera de mí cierto escepticismo, ese acompañante antipático y lúgubre que con frecuencia nos persigue. Sospecho que de prolongarse una situación como la actual, nuestros impulsos emocionales procuren encontrar un atajo, el que sea, que nos conduzca, de nuevo, a la mayor brevedad posible, a la senda de las seguridades. Figuradas, naturalmente, aunque no necesariamente ciertas. Pero infundadas o no, sabemos que esto no es lo relevante.

Tanto es así, que si las certidumbres no existen, las inventamos. No tengo la menor duda de que vivir de otro modo sería para la gran mayoría de los mortales insoportable. Y ésta es la razón por la cual, más allá de las preguntas, los seres humanos necesitamos respuestas. Las preguntas cumplen, bajo esta perspectiva, una función finalista.

Sin embargo, a veces aventurar respuestas ?como sugiere Alessandro Baricco? es sólo una manera de aclararse sobre ciertas dudas. El fin perseguido no sería, ahora, encontrar posibles respuestas, sino, más bien, la formulación de interrogantes que nos ayudase a pensar sobre todo aquello que pudiésemos considerar importante. Estableceríamos la reflexión en la línea de salida, no en el punto de llegada. Estaríamos, entonces, invirtiendo los términos. Esto parece lo más razonable. Antes de tomar una decisión debería mediar una reflexión previa. Tendríamos que refrenar nuestras emociones, deberíamos sopesar las posibles consecuencias.

Los neurólogos sugieren que, en última instancia, son las emociones, y no la racionalidad, la que inclina la balanza en la toma de decisiones. Primero son las emociones. Posteriormente, entran en escena el cálculo racional en el que se va ponderando toda la información disponible. Las primeras ocurren a velocidad de vértigo. El segundo, es lento y tedioso: hay proliferación de argumentos a favor y en contra, tantos que, a fuerza de ponderar y sopesar, la razón no acaba de imponerse. Aparecen, de nuevo, las emociones. Emociones, razonamiento, emociones. Ésta parece ser la secuencia. En primera instancia, impulsivas. Al final, más moderadas.

Esto lo describe de manera muy asequible y amena Eduardo Punset en su ensayo El viaje a la felicidad. Sabemos que es difícil conducirse con sabiduría, que el acierto nunca está garantizado. Que en todo este doloroso tránsito pesarán con fuerza las emociones. El filósofo turinés Baricco nos propone que recurramos, para estos menesteres, a los aforismos.

Porque el límite y la fuerza de todos los aforismos consiste en sacar de su quicio la inmovilidad del pensamiento a través del poder acumulado y frágil de la intuición. Aunque, y esto no es extraño, podemos equivocarnos cuando al decidir elegimos. Extremada elección la de la abeja, y que mal gusto el de una mosca, ?sentenciaba Baltasar Gracián? pues en un mismo jardín solicita aquélla la fragancia y ésta la hediondez.

Doctor en Economía

acore@us.es

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