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San Isidro el Remediador

Juan Gavira, con acento social, pregonó ayer la Romería del próximo domingo inspirado en su Virgen del Furraque, y anima a sus vecinos de Los Palacios y Villafranca a no irse a la playa para acompañar al patrón de los agricultores

el 04 may 2014 / 20:08 h.

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Ni él mismo se veía en el atril pregonando la romería de San Isidro, pero la fe en el santo labrador es «capaz de todo», como le había de recordar luego el hermano mayor, José Manuel Antequera, y le confirmaron los curas en el escenario –el párroco de Santa María la Blanca, Diego Pérez Ojeda, y el del Sagrado Corazón, Luis Merello–, e incluso el alcalde, Juan Manuel Valle, que lo calificó, ante todo, «de buena persona». Tampoco muchos vecinos de los que llenaban ayer el teatro municipal esperaban que un cofrade hecho al capirote de nazareno y a las responsabilidades propias de una junta de gobierno como la de la hermandad de la Vera Cruz, María Santísima de Los Remedios y Nuestro Padre Jesús Cautivo –que se encomendó a Juan Gavira durante siete años como hermano mayor– fuera capaz de ponerse los botos camperos y conducir al respetable por el itinerario romero que inician los cohetes del amanecer y traza el simpecado del patrón de los agricultores hasta el parque periurbano de La Corchuela, y vuelta en la misma jornada, que por algo a la romería de aquí le dicen la Gira… Pero el caso es que Juan Gavira, consciente de la Resurrección inevitable de cada primavera, no sólo hilvanó un discurso de fuerte olor a pinos, a carretas, a sevillanas sentidas y a boyeros de raza, sino que lo hizo inspirándose justamente en los mimbres cofrades que ha mamado desde chico. Y por eso unió las peripecias vitales del Santo Labrador con las circunstancias locales del campo palaciego y, sobre todo, con la mirada de gloria de una madre en el Día de la Madre, la Virgen de Los Remedios, que desde su capilla del Furraque despedirá, el próximo domingo, a los más de 20.000 palaciegos que peregrinan junto a San Isidro, y que luego, a la noche, los recibirá gozosa, con corazón de madre, aunque este año, como novedad, la Romería entrará, de regreso, precisamente por la calle San Isidro. Gavira echó mano de su propia nostalgia para recordar aquellas vísperas en que los palaciegos de su generación preparaban las carretas y las viandas para una jornada que, a su juicio, tiene múltiples interpretaciones más allá de la fe: como la de la idiosincrasia festiva de un pueblo campesino, la de un día de convivencia en el campo o incluso la ecológica, y por eso animó a los palaciegos que faltan a vivir activamente «la romería de todos». Echó mano asimismo de su propia experiencia, como niño prematuramente huérfano que veía la alegría romera desde la barrera de su tristeza sin padre; y del sentido del humor, retratándose torpe con las carretas y con el caballo y erigiéndose en peregrino a pie como la fórmula perfecta para ir más cerca de un santo que, según contó, tardó más de lo debido en llegar a Los Palacios, a comienzos de los 60, porque una vez encargado en Cataluña con destino a la estación de Las Alcantarillas, a unos siete kilómetros del pueblo, llegó a Las Alcantarillas de Murcia. El pregón tuvo momentos de belleza lírica inspirados en los instantes en que San Isidro y su mujer, Santa María de la Cabeza, bajan por el Paraíso al son de las campanas y se detienen en capillas del pueblo como la de la Aurora o la de San Sebastián. También tuvo ratos de fuerte compromiso social, como ese grito contra «la mala, bruja y sin categoría» droga que se llevó por delante, hace un par de décadas, a tantos palaciegos «cuyo único mal fue tal vez confiar demasiado en la gente de su alrededor». La referencia venía al caso por la tradicional parada de los romeros en el centro de drogodependientes Juan Gallardo, a mitad de camino hacia La Corchuela. Su pregón tuvo un broche inesperado que fueron los cantes por sevillanas de la familia Carrasco.

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