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Semana Santa y Semana Laica

Si, en teoría, para algunos la Semana Santa representa una conmemoración, para otros, en la práctica, resulta sólo una penitencia. Pudiera decirse que los primeros son los partidarios de la Semana Santa; los segundos, de la Semana Laica.

el 15 sep 2009 / 02:06 h.

Si, en teoría, para algunos la Semana Santa representa una conmemoración, para otros, en la práctica, resulta sólo una penitencia. Pudiera decirse que los primeros son los partidarios de la Semana Santa; los segundos, de la Semana Laica. Y, la verdad sea dicha, siempre me ha parecido que, en el fondo, había más partidarios de la Semana Laica, en detrimento de las huestes incondicionales de la Semana Santa, que parecían mermar poco a poco. Lo que ocurría es que no se decía abiertamente.

Quizá lo que pasa es que los entusiastas de la Semana Santa son más revoltosos, alborotadores, jaraneros y paganos que los otros, que se recogen, aíslan y esconden y exhiben menos que los creyentes fervorosos. O sea, que los "semanasanteros" se consagran al puro goce sensual de los sentidos, mientras que los "semanalaiceros" persisten en una vida discreta, retirada, lejos del mundanal ruido. En fin, que los primeros se comportan como ateos, y los segundos, se comportan como creyentes.

Uno se confiesa partidario del goce sin restricciones a condición de no agredir el derecho de los otros a su propio goce. Sin embargo, a veces me parece que estos temas se confunden de tal modo que no hay quien los entienda. ¿No podríamos conjugar los intereses de los dos grupos a mayor gloria de las vacaciones? ¿Por qué tenemos que ir por separado? Si a todos nos gusta gozar, si no todos nos movemos en la esfera de influencia del Mesías y la Iglesia Católica, y además, si no todos los católicos llevan una vida de recogimiento durante estos días de conmemoración luctuosa ¿no podríamos hacer causa común y divertirnos todos juntos, con el debido respeto al laicismo? ¿No podríamos olvidarnos un poco del Altísimo?

La propia Iglesia sabría comprenderlo. Fíjense que su más declarada enemiga, la Revolución Francesa, trató de deslegitimar su poder cuando el estado se declaró enemigo del clericalismo; pues bien, apenas un decenio más tarde, Napoleón firmó con el Papa un Concordato en cuya virtud el catolicismo fue declarado religión de la mayoría de los franceses, y los bienes confiscados a la Iglesia restituidos. Su triunfo reside en su propia perdurabilidad. Cómo no va a comprender la Iglesia a los "semanasanteros" y a los "semanalaiceros".

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