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Sentimiento de culpa

He leído algunas revistas dirigidas, fundamentalmente, a ejecutivos y, con ocasión del Día Internacional de la Mujer, se han hecho entrevistas a ejecutivas triunfadoras, directoras de banco...

el 15 sep 2009 / 01:21 h.

He leído algunas revistas dirigidas, fundamentalmente, a ejecutivos y, con ocasión del Día Internacional de la Mujer, se han hecho entrevistas a ejecutivas triunfadoras, directoras de banco, directora general, ministra, etc., y siempre han dicho algo en esas entrevistas que jamás he oído decir a un hombre. Casi todas manifiestan su satisfacción por lo conseguido, pero todas dejaban traslucir un cierto sentimiento de culpa. ¿Por qué? pregunta el periodista a algunas de ellas. "Porque no atiendo suficientemente otras responsabilidades que tengo, en mi casa, con mi marido, con mis hijos, con mi familia". Jamás he oído esa sensación de culpa en un cineasta, en un pintor, en un director de banco, en un cantante, en un jornalero. Esa respuesta jamás la he visto reflejada en el trabajador masculino. Más bien al contrario, el ejecutivo, el político, el empresario de moda o de éxito exhibe como muestra de su triunfo el poco tiempo de que dispone para ver a su mujer y a sus hijos. El ejecutivo lo expresa como mérito, mientras que la ejecutiva lo argumenta como sentimiento de culpa.

Es indiscutible que se han dado pasos importantes en la equiparación mujer-hombre. Es innegable que la aspiración de la parte de la sociedad, por cierto, mayoritaria en nuestro país, que es la mujer, ha conseguido tener reconocidos sus derechos como ser humano, que no los tenía reconocidos anteriormente, y que la aprobada Ley de Igualdad de Géneros ha ratificado y subrayado. Y es evidente que el hombre, la parte masculina de la sociedad -por cierto, minoritaria- se está implicando cada día más en la tarea de compartir la carga que supone conciliar la vida familiar y laboral.

Hasta ahora el hombre no ha tenido ese sentimiento de culpa que embarga a la mujer, por lo que ha podido permitirse la libertad de irse a trabajar a cualquier actividad y dedicarse a hacer cualquier cosa, porque nunca pensó que lo que dejaba de hacer en su casa, en su familia, en sus responsabilidades compartidas era tan importante como lo que tenía que hacer tenía fuera. Un hombre nunca ha experimentado la sensación de culpa por no poder asistir a una reunión de la AMPA del colegio de su hijo, ni por no poder poner la mano en la frente de su hija para calmar afectivamente la alta temperatura de unas anginas infectadas, ni siente remordimiento por no poder llevar a su hijo a la consulta del pediatra para saber si su peso y crecimiento están siendo equilibrados. Ya hace bastante con ayudar a quitar la mesa y, si se tercia, con echar detergente en el lavavajillas; piensa, con demasiada frecuencia, que lo demás-y no solo llenar el frigorífico- es cosa de la mujer.

La mujer que trabaja fuera de casa sí se siente culpable cuando llega a su casa cansada y observa que su hijo ha crecido y ella apenas se ha dado cuenta. Una reunión de trabajo que se prolongue más de la cuenta puede acabar con su entereza si sabe que su hija tiene que tomar determinados medicamentos y ella no está allí para contar las gotas que dijo el médico a cuya consulta fue ella acompañando a su hija. Ese sentimiento de culpabilidad sería el paso siguiente e indispensable a compartir entre hombres y mujeres. La culpabilidad, si es que existe, tiene que ser compartida por la mujer y por el hombre; que los hombres nos sintamos también responsables de que hay tareas, más importantes que las puramente domésticas, a las que renunciamos en aras de conseguir más y mejor situación en la escala laboral y social, y que eso a lo que renunciamos, no debería ser un sufrimiento solitario y silencioso de la mujer sino que tendrá que llegar a ser un sufrimiento, si es que acaso lo es, compartido entre el hombre y la mujer. Está bien que el hombre participe en tareas que antes estaban dedicadas exclusivamente a la mujer. Y está mejor que la mujer participe en tareas que antes estaban dedicadas exclusivamente al hombre. En lo que todavía queda un trabajo de mentalización importantísimo es que el hombre sea capaz de compartir el sentimiento de culpa que todavía embarga a la mujer como consecuencia de su incorporación plena a la vida social, política, económica, cultural de nuestro país.

Debajo del asesinato machista todavía se esconde, y de qué manera, una enorme discriminación de una sociedad que sigue distinguiendo a aquel que nació hombre de aquella que nació mujer. Lo extremo, lo indecente, como es el asesinato de mujeres a manos de hombres, no debe tapar lo que sigue siendo todavía una situación de discriminación en la sociedad española, en la sociedad occidental. Seguirá habiendo una lucha para que no se discrimine laboral y salarialmente a las mujeres, deberá amplificarse la comprensión y el reconocimiento a las mujeres dedicadas en exclusiva a su trabajo doméstico, pero aún sigue habiendo la soledad de la mujer en el cuidado cotidiano de los hijos, sigue habiendo un cierto sentimiento de culpa que se apodera de la mujer, nunca del hombre, de no poder compaginar el trabajo y la vida familiar. Eliminar ese sentimiento o compartirlo con la pareja es la tarea más importante que nos queda para que la mujer no sienta culpabilidad por hacer lo que puede hacer y compartir lo que es obligado compartir.

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