Cultura

Serranito y su posición artística inquebrantable

Cuando los de mi generación queríamos hacerle el amor a la guitarra y todavía no había llegado la revolución de Manolo Sanlúcar y Paco de Lucía; cuando encontrar un disco de vinilo de Montoya o Ricardo era poco menos que una aventura, Serranito era el guitarrista de cabecera de muchos de los que queríamos seguir la estela de Patiño o el Maestro Pérez.

el 15 sep 2009 / 16:07 h.

Cuando los de mi generación queríamos hacerle el amor a la guitarra y todavía no había llegado la revolución de Manolo Sanlúcar y Paco de Lucía; cuando encontrar un disco de vinilo de Montoya o Ricardo era poco menos que una aventura, Serranito era el guitarrista de cabecera de muchos de los que queríamos seguir la estela de Patiño o el Maestro Pérez. Era el concertista por excelencia, el puente que necesitábamos para viajar al pasado y descubrir lo que nos depararía el futuro. Ya ha llovido desde entonces y Serranito es hoy un viejo profesor al que se le han revelado las notas; se le escapan cruelmente, sin respeto alguno, y entre su mano izquierda y la derecha hay una relación tal que no tardará en acabar en divorcio. Los años no perdonan. La guitarra no es el violín o el piano, la fuerza es fundamental, sobre todo en una época en la que son vertiginosas las escalas y picadaos. Pero hay algo en el maestro que me gusta, a pesar de que el tiempo lo ha dejado atrás: su concepto intimista de la guitarra flamenca. Al comienzo de su nueva obra, Las noches de las tres lunas, estuve a punto de aburrirme porque su débil pulsación se perdía entre el piano, la percusión, el bajo, la segunda guitarra y las voces. ¿Quién de todos es Serranito?, me pregunté. No le quito méritos a esa parte de su concierto, compuesta por peteneras, tangos, seguiriyas..., convocando la memoria de las tres culturas musicales, la cristiana, la hebrea y la árabe; el problema es que la guitarra principal, la de Serranito, se perdía. Fue en la soleá donde empezamos a reconocer al Serranito que nos gusta. No obstante, en la soleá se nos escaparon las pajarillas del alma, que regresaron al palomar para traernos el recuerdo de Mario Maya en un zapateado de Ángel Muñoz. Como para no perder el hilo, Serranito nos invitó a conocer el mundo de Lorca, con unas piezas de una gran sensibilidad y la preciosa voz de Gema Caballero. Y se queda ya en el flamenco más clásico, con la solemne taranta, los tangos y las alegrías. Hasta ahí llegamos. La Bienal es larga, los cuerpos no son de hierro y la carretera tiene hambre. Cuando llegamos a casa, a las tantas, la música de Serranito seguía en nuestros oídos. ¡Ah! Lo de hacerle el amor a la guitarra, se quedó sólo en unos besos.

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