Cultura

Sevilla se volcó con Manolo Sanlúcar

En el mismo lugar donde murió Silverio Franconetti, el padre del flamenco, y a escasos metros de lo que fue el Café del Burrero; con el padre de la Bienal, José Luis Ortiz Nuevo, sin silla pero aplaudiendo; con más de tres mil personas abarrotando la Plaza de San Francisco, Sevilla le dijo ole a Manolo Sanlúcar.

el 15 sep 2009 / 11:35 h.

En el mismo lugar donde murió Silverio Franconetti, el padre del flamenco, y a escasos metros de lo que fue el Café del Burrero; con el padre de la Bienal, José Luis Ortiz Nuevo, sin silla pero aplaudiendo; con más de tres mil personas abarrotando la Plaza de San Francisco, Sevilla le dijo ole a Manolo Sanlúcar. A compás, como se dicen los oles en la tierra de María Santísima cuando el sentimiento vence al márketing.

La gala inaugural de la XV Bienal estuvo a punto de ser un desastre, por la desorganización que había una hora antes del comienzo, con miles de personas pegando codazos para coger una silla de tijeras y los invitados mareados porque no sabían dónde sentarse.

El público protestó por el retraso, pero los martinetes no llegaron a Triana: a las diez y cuarto, con la luna de testigo y un clima agradable, el inmenso escenario se llenó de flamencos jerezanos y sevillanos, de músicos y de voces búlgaras, con las que por fin van a averiguar los flamencólogos de cementerios y juzgados de dónde mamaron los melismas de miel la Niña de los Peines y el Niño de Marchena.

El homenajeado, Manolo Sanlúcar -¿de verdad era un homenaje al gran músico de la guitarra?-, salió al escenario como preguntándose: "¿Qué hago yo aquí con lo bien que estaría ahora en El Pedroso viendo jugar a la luna con los mochuelos".

Estaba como ausente, pero cuando sus manos comenzaron a acariciar la guitarra para dar vida a Oración, de Tauromagia, donde toca un trémolo de ensueño, el artista empezó a verle sentido a su presencia en el escenario. Sonaron a gloria las voces búlgaras y después, en un contraste casi mágico, las broncas gargantas de Luis el Zambo y Fernando el de la Morena, para que el más Morao de los Morao de Jerez , Moraíto, se pegara una pataíta que hubiera firmado el mismísimo Estampío.

Y a eso que sale de nuevo Sanlúcar para evocarnos una de sus grandes obras, Medea, con una Cristina Hoyos tapada con un velo, al principio, descubriéndose después enredada entre los acordes del taranto para dibujar con sus manos una grabado de Doré. Salió tapada, pero Sevilla sabía que debajo del velo estaba el magisterio, la plasticidad y el arte de una gran maestra del baile, a la que un espantapájaros insultó hace poco llamámdola fea. ¿Lo del velo era por eso, quizá? ¡Vamos!

De nuevo suenan los acordes de la guitarra del Sr. Sanlúcar, ahora por soleá para que José Valencia, el del leco gitano, se templara a lo Mairena y el bailaor moronero Juan de Juan bordara unas estampas gitanísimas. Y entonces, como caído del cielo, llegó San Arcángel partiendo un tono en cuatro, en unas alegrías de Isidro Muñoz remojadas en miel y manzanilla de Sanlúcar, que el público premió con los aplausos más sinceros de la velada.

Se cerró la noche con la bulería Tercio de vara, de Tauromagia, con un Manolo Sanlúcar algo más metido en la historia; con unas tonás fragueras de José Valencia y unas pinceladas personalísimas del genial bailaor Israel Galván en El Conjuro de Medea.

Manolo no habló, apenas esbozó una sonrisa, pero Sevilla se le puso en pie para que se fuera a El Pedroso con la certeza de que en la tierra de Silverio se le quiere.

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