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"Sevilla sigue siendo igual de pasional que en el siglo XVIII"

Esta bilbaína de nacimiento asegura sentir pudor cada vez que la presenta así, como escritora. Pero el éxito de tres hijos (entiéndase, novelas), así lo acreditan.

el 30 jul 2011 / 20:50 h.

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Nerea Riesco está ya inmersa en su cuarta novela.

Uno de los mejores sitios en el que se le puede hacer una entrevista a una escritora de novela histórica como Nerea Riesco (Bilbao, 1974) es en la hemeroteca de un periódico centenario como El Correo de Andalucía. A esta, además, periodista de carrera le puede la curiosidad ante cientos de volúmenes a los que el paso del tiempo no perdona. "Es un sitio que me inspira", reconoce la autora de El país de las mariposas (premio Ateneo joven) y El elefante de marfil, ambientada en la ciudad que la acogió con tan sólo 18 años.

-¿La inspiración en su caso sólo viene del pasado?
-Soy una gran lectora de historia. Si no hubiera hecho Periodismo habría estudiado Historia. Cuando escribo tengo la sensación de estar jugando. Tienes la oportunidad de vivir un mundo que no es el tuyo, dispones de la máquina del tiempo y puedes ir donde quieras.

-Juguemos entonces un poco: dentro de cien años, ¿le inspiraría esta sociedad? ¿Habría material para una novela?
-Siiiií, porque los seres humanos repetimos los mismos patrones. En mi primera novela, El país de las mariposas, hablaba de la conquista de México. Recuerdo que mientras la escribía estaban entrando los americanos en Irak. Había un paralelismo. A México se llegó diciendo que se iban a evangelizar aquellas tierras cuando era una excusa para llevarse el oro y la plata. Lo mismo pasó con Irak: iba a llevarse la democracia y el rollo era más petrolífero. En Ars mágica me pasó una cosa parecida: el Duque de Lerma hacía una serie de chanchullos urbanísticos para trasladar la corte de Valladolid a Madrid comprando casas cuando estaban baratas. Entonces era justo el momento del caso Malaya. El hombre se mueve por las grandes pasiones: amor, venganza y, sobre todo, el poder. Los humanos nos repetimos.

-El elefante de marfil está ambientada en una imprenta y se publicó en pleno auge de las redes sociales. ¿Fue una defensa de su carrera de periodista?
-Totalmente. La dueña de la imprenta, un personaje real, me pareció conmovedor. La historia de El elefante comenzó cuando empezaba a estudiar el doctorado en la Facultad de Comunicación. Nos trajeron periódicos de la época en la que el terremoto de Lisboa afectó a Sevilla y la noticia más hermosa fue la que salió de esa imprenta. Me pareció tremendamente evocador ver cómo la memoria de un país se queda porque la has escrito.

-Algo que desaparece con las redes sociales. ¿Cuál es su relación con ellas?
-He sido muy reticente. Tenía una idea muy extraña de Facebook. Pensé que iba a ser más intrusivo, pero ahí está sólo lo que yo quiero poner. Las redes no dejan ahora de sorprenderme.

-¿Quién dejará constancia de lo que está pasando estos días si desaparecen los periódicos?
-Creo que eso no va a pasar.

-¿Cómo llegó a ser escritora? Aunque reconoce que le da mucho pudor presentarse como tal...
-Jo, es que es así... Siempre he tenido la idea de que de esto no se vive. Hice Periodismo, pensé que me dedicaría activamente a ello y que, entre entrevista y entrevista, escribiría. Pero no me pagaron en ninguno de los sitios en los que estuve trabajando como periodista... Yo ponía mi grabadora, mi coche, mi talento, mis fines de semana... ¡y no me pagaban nada! Y, mientras tanto, escribí El país de las mariposas, gané un premio, y con él y con la editorial yo seguía intentando tener un trabajo digno de periodista. Ya cuando salió Ars mágica, que se vendió muy bien, y con los derechos de autor, un día me planté y me dije: "Yo soy escritora". Pese a todo, sigo teniendo ese punto de pudor, quizás porque cuando trabajas en lo que te gusta parece que tienes que tener una justificación.

-¿No se sufre al escribir?
-Las novelas son más bonitas en tu mente que como quedan publicadas. Y eso genera frustración. No leo las novelas una vez que están editadas para que no me pase eso que dicen algunos escritores: "No cambiaría ni una coma". Las palabras no encierran la esencia de lo que has sentido. Esa sensación de frustración me acompaña mucho y me hace seguir luchando, seguir mejorando.

-¿Busca sus libros cuando viaja por otros países?
-Sí (se ríe). Me pasa una cosa muy curiosa cuando los veo: creo que no son míos. Me quedó igual. Me parece un libro más.

-¿De la Sevilla del XVIII que refleja en El elefante hay mucha diferencia con la actual?
-La historia comienza con el terremoto de 1755 y coge hasta pasada la Guerra de la Independencia. Para ello, una de las cosas que consulté fue el plano de Olavide. Y, sólo en el urbanismo, la ciudad está igual. Se puede llegar al centro con ese plano ¡y no perderse! La ciudad sigue exactamente igual. Y en otras cosas, lo mismo: igual de pasionales con la Semana Santa, con los toros... La pasión de la ciudad, que yo noté cuando llegué a los 18 años, sigue presente.

-¿Puede adelantar algo de su próxima novela?
-Se trata de una historia ambientada en los últimos diez años antes de la reconquista de Granada, de 1482 a 1492. Tenía muchas ganas de hablar de esa vida en la frontera y tenía claro que quería hablar de la venganza, así como con El elefante tenía claro que quería hacerlo del amor.

-¿Reflejan las novelas su momento emocional?
-No, no. Mis venganzas son siempre muy light: contra críticos literarios... (ríe a carcajadas).

-¿Cómo se llevan las críticas?
-Mal. Nunca he tenido malas críticas pero hubo una que me mató. El país de las mariposas siempre tuvo críticas buenas menos una de un periódico nacional muy importante que llegó a México. Era demoledora. Por supuesto, cuando empecé a escribir, decía que estaba dispuesta a recibir las críticas constructivas. La frase de siempre. Pero es mentira. Recuerdo además que aquella crítica fue un 31 de diciembre y yo no paraba de decir: ¡qué mal empiezo el año! Le odié. Primero pensé escribirle una carta pero luego, en la segunda novela, decidí ponerle al personaje más rastrero el nombre del crítico. No lo había dicho hasta ahora...

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