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Sólo mía

Mi experiencia profesional me ha proporcionado un indicador muy desagradable, especialmente después de las últimas noticias que lo ratifican. Y es que la sociedad legal va más deprisa que la real; dicho de otra manera, la sensibilidad de los poderes públicos y políticos, de las administraciones y de las distintas ordenanzas es mayor cuantitativamente que...

el 15 sep 2009 / 22:43 h.

Mi experiencia profesional me ha proporcionado un indicador muy desagradable, especialmente después de las últimas noticias que lo ratifican. Y es que la sociedad legal va más deprisa que la real; dicho de otra manera, la sensibilidad de los poderes públicos y políticos, de las administraciones y de las distintas ordenanzas es mayor cuantitativamente que la que posee el pueblo llano, ya sea individual o colectivamente considerado.

Hablo de Marta, de su tuenti y de su novio, de su edad, de sus compañeras y de sus gustos, del afán de exhibirse de los jóvenes a través de la red y de la impudicia de airear perfiles, lugares de encuentro, "eventos" y supuestas amistades que son, como mínimo, tan virtuales como el propio medio. Hablo del despertar adolescente y del aprovechamiento de la ignorancia; de la inocencia y de la maldad.

Seguramente, cuando se le hablaba de la violencia verbal a nuestra reciente víctima, las excusas acudirían al rescate de Miguel. Seguramente, tampoco ella escucharía a su familia y a sus profesores, todos tan mayores y carcas. O quizás los escuchó y fue el verdugo quien se cebó con la confianza y con la limpia mirada. Da igual. A veces digo que mis alumnas me parecen maravillosas hasta que conozco a sus novios.

La culpa no es de internet, ni de los botellones. Quizá habría que buscarla entre quienes siguen pensando que las niñas que tenemos en casa son almas cándidas y que su mito erótico es Kent, o entre quienes justifican la brutalidad verbal, normalmente masculina, o entre esas mamás que llaman carácter al mal genio o esos papás que llaman masculinidad a la simpleza.

Creo que es la hora de no perdonar los gritos, los empujones y los celos desmedidos; creo que hay que abandonar a los chulitos a su propia suerte, que es que otros les parta un día la cara. Quien desobedece todas las normas de su corto mundo de catorce años, cómo va a respetar el código de la circulación y los derechos humanos unos años más tarde.

Ojalá nos enteremos todos de que la buena gente no se hace de un día para otro y, sobre todo, de que el amor no tiene nada que ver con las pretensiones de cambiar a quien nos interesa, aunque sea un gamberro, un controlador enfermizo o un drogadicto. Es más fácil soñar que se cambia, que hacer felices a quienes nos aman.

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