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Tiempo de playa

Gafas de sol, toallas en el suelo, buen tiempo… podría ser la orilla del mar, pero no. Es la concurrida orilla del Guadalquivir, repleta de gente ociosa mirando a Triana.

el 22 feb 2011 / 22:01 h.

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Apiñados y por docenas, como una fiesta improvisada para empezar a quitarse el frío del invierno y coger un poco del buen color que regala el verano. Así se presenta la orilla de césped (la arena del mar se deja para las costas andaluzas) que conecta el Puente de Triana con el del Cristo de la Expiración, donde cada día casi toda la juventud sevillana (ya sea tumbados, sentados sobre el césped o cruzando en bicicleta, pero siempre al sol) muestra sus ganas de buen tiempo; paralela a la calle Radio Sevilla, aquí la vida sigue otro ritmo. Cierto que los árboles están aún desnudos, pero en el sol que pega fuerte a la una de la tarde, ya se intuye la primavera. No por desearla más llegará antes, pero para disfrutar de esos paréntesis del sol los sevillanos parecen apañarse bien con sólo unos metros de césped.  

Uno esperaría encontrar el bullicio propio de tanta gente reunida, pero lo que llega es el murmullo tranquilo y algunas carcajadas. De vez en cuando un berrido rompe el aire, son los entrenadores de remo que megáfono en mano van dando gritos a los que circulan por el río. Sobre la una de la tarde los pocos bancos que hay por allí están llenos, y las mantas y toallas van parcheando el césped que está más cercano al río, previsión de algunos para no mancharse la ropa en el suelo aún húmedo. Y sucio; colillas y envoltorios de chicles son las tarjetas de visita que dejaron algunos. Donde la tierra no tiene al césped para ayudarla a disimular, se ven con claridad la enorme cantidad de colillas que hay tiradas. Quizás no sean suficientes las papeleras que hay repartidas por allí o quizás haga falta un poco más de limpieza. Pero sentados sobre la chaqueta o una toalla solucionan el problema.

Será por las gafas de sol que surgen como setas, la gente tumbada, o por las lentas nubes que de vez en cuando desafían tapando el sol, pero se respira relajación y somnolencia. Hay algo en este pequeño intento de pulmón verde que hace olvidarse de los edificios, grises, oscuros y fríos, que están a su espalda. Olvidarse incluso de los que le rodean; cada uno está sumido en sus conversaciones, en sus ideas o en las historias de los libros que están leyendo. Pero ninguno perdona el saludo obligado a los turistas, que cámara en mano y desde la cubierta de los barcos que pasean por el Guadalquivir, retratan a los improvisados modelos.

Como la hora de comer ha llegado ya, la gente comienza a gotear por allí cargada con bolsas de comida, los más cuidadosos se han traído un mantel y hasta el rollo de papel de cocina. Una pareja de turistas también aparca la bici por allí cerca para pararse a leer un rato y a consultar su mapa, rincón de la Sevilla más internacional. Como ya se da la mañana por terminada algunos recogen sus carpetas con pena para volver a las bibliotecas. Y otros no tan jóvenes ocupan el espacio de los primeros; madres con sus bebés para merendar y abuelos en su obligado paseo diario, sobre todo. Hay un pequeño carril de losas para las bicicletas, y entre timbrazos y gritos se abren camino. Pero la mayoría terminará por bajarse de la bici. Es por la tarde y el lugar está en su apogeo, risas, música de unos altavoces improvisados, y ronquidos de algunos que, no se sabe cómo, han conseguido dormir la siesta allí. Círculos de amigos echan una partida de cartas, otros no hacen más que lanzar el humo de sus cigarros al aire y los más activos hacen malabares. Un grupo más numeroso planea esconder una tarta de chocolate, que lucha por no derretirse, hasta que la cumpleañera llegue. Algunos siguen llegando y otros empiezan a recoger, los más afortunados se quedarán a despedir al sol, que cruza de una orilla a la otra y se marcha por Triana.

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