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Todo un poema

Un solar selvático, inquietante y con la tapia repleta de pintadas y papeles justo al lado de la casa natal de Bécquer.

el 28 sep 2011 / 20:19 h.

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Esto es lo que hay justo al lado del edificio que ocupa el solar de la antigua casa natal de Gustavo Adolfo Bécquer.

"De un retablo al que vivía unida una tradición, no queda aquí más que el nombre escrito en el azulejo de una bocacalle; a un palacio histórico con sus arcos redondos y sus muros blasonados, sustituye más allá una manzana de casas a la moderna", escribió Bécquer sin saber lo que acabaría pasando en su calle.

La casa donde nació el escritor Gustavo Adolfo Bécquer, en la calle Conde de Barajas, hace ya muchos años que no existe. En su lugar se alza otra, de inspiración romántica, en cuya fachada una placa recuerda el feliz suceso. Puerta con puerta, o sea justo al lado, se encuentra la porquería que pueden ver en la foto, que parece una mezcla desafortunadísima de las leyendas La venta de los gatos, La cruz del diablo y El monte de las ánimas.

En Londres, a un personaje que no existió como es Sherlock Holmes le han conservado la casa de Baker Street, todo un homenaje a la literatura, el romanticismo y la fantasía. Aquí, quien venga en pos de Bécquer se encontrará no sólo con que se perdió el caserón en el que abrió su mirada al mundo, sino que al lado hay un solar con matojos más altos que una persona, pintadas y demás aderezos del descuido. ¿Volverán las oscuras golondrinas? Va a ser que no.


Algo huele a podrido (pero a podrido) en el casco histórico
Una apestosa senda marrón marcaba ayer la mediana de la calle Tetuán, por la que, como es evidente, no pasan los coches de caballos.
Sí lo hace la policía montada. Donde unos y otros coinciden es en casi todo el resto de la ciudad peatonal, que así está la pobre de excrementos de bestias. Los alrededores de la Lonja son dignos de mascarilla, y en la foto, tomada también días atrás, se observa con qué cuidado hay que moverse por la calle San Gregorio si no quiere uno acabar llevándose a casa un recuerdo de Sevilla de perdurable huella. Y los hay peores. Desde hace quince años se viene hablando de poner bajo los caballos de los carruajes unos recogedores que impidan estas escenas, como hay ya en media Europa. Pues de lo dicho, nada. Esto es lo que queda.

¿Por qué el árbol más sevillano es el naranjo?
Si observa el naranjo de la fotografía, que está en la calle Asunción, verá que da la impresión de que alguien con anorexia haya vaciado su plato de espaguetis desde la ventana de arriba. Pues no: son serpentinas, y deben su triste y descolorido aspecto a la de sol que les ha podido dar desde la Cabalgata, fecha en que se conjetura que pudieron llegar hasta ahí, dado que en la pasada Feria ya estaban. Como llover tampoco es que haya llovido mucho, ahí siguen enganchadas y esperando el Santo Advenimiento, que es una de las opciones menos descabelladas para las cosas que se quedan enganchadas en algún lugar de la geografía sevillana que no les corresponde. Lo mismo no deberían quitar el amasijo, siendo, como es, representativo del espíritu festivo del personal, o sea, del carácter oficial de Sevilla. Lo que sí podrían hacer es cambiarlo por otras serpentinas nuevas, que den al sitio algo de color. 

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