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Todos somos inmigrantes

¿Qué gen determina la pericia de un camarero? ¿Cuál establece la propensión a aprovecharse de un sistema sanitario o a robar? Una de las mentiras que pastan libre e impunemente sobre el electorado es que una cosa son ellos y otra muy distinta nosotros. Que levante la mano el que sólo tenga genes de español. Le espera una sorpresa.

el 15 sep 2009 / 01:17 h.

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¿Qué gen determina la pericia de un camarero? ¿Cuál establece la propensión a aprovecharse de un sistema sanitario o a robar? Una de las mentiras que pastan libre e impunemente sobre el electorado es que una cosa son ellos y otra muy distinta nosotros. Que levante la mano el que sólo tenga genes de español. Le espera una sorpresa.

Quien enarbole la bandera de la raza y el origen para decir quién entra y quién no en el lote de los españoles de pura cepa, ése ha de tener mucho cuidado: si su pelo es rizado o presenta prognatismo (la mandíbula inferior adelantada, como los Borbones, por ejemplo), es posible que algunos de sus antepasados fuesen negros; si tiene poco vello corporal y el pelo tirando a lacio, lo mismo hay un chino en su árbol genealógico; o un magrebí, si entre sus características destaca una tez aceitunada rematada por un magnífico ejemplar de nariz. Dicho sea medio en broma, medio en serio. Porque, dejando a un lado a esa humorista tan genial como cruel que es la fisonomía, lo único que está científicamente demostrado, más allá de toda controversia política y de todo escrúpulo, es que todos somos inmigrantes. La pregunta es si resulta moralmente aceptable establecer distingos a estas alturas.

A riesgo de que un tropel de genetistas se presenten con antorchas en el periódico por la imperdonable falta de aridez de la explicación, lo cierto es que los andaluces compartimos con el resto de los europeos una ingente base de ADN paleolítico, el 85% del total, procedente de una migración que partió de Oriente Medio hace 35.000 años y llegó hasta aquí, enriquecida luego, a lo largo de los siglos, con un mejunje genético de romanos, visigodos, negros y magrebíes, entre muchos otros. Y luego está cada caso particular, donde a saber qué mezclas hay.

Sobre ese ingente y común sofrito prehistórico, el ingrediente principal de nuestro ADN es Roma. Sus legionarios se mezclaron con los lugareños en tiempos de Cristo, pero los árabes no hicieron nada de esto cuando entraron por Gibraltar, siete siglos después; si acaso, un poco los almohades en el siglo XII. Como resultado, los ibéricos estamos más emparentados con los europeos que con los africanos (que además, proceden de otra migración paleolítica distinta). Aun así, el linaje paterno en el sur de la Península contiene cromosomas magrebíes y el materno lleva ADN subsahariano o negro, de los tiempos en que Sevilla era, junto con Lisboa, la capital mundial de la esclavitud. En el resto de España, estos niveles son algo inferiores. Es decir, los andaluces somos inmigrantes genéticamente modificados por otros inmigrantes posteriores. Algunos de ellos son muy recientes, caso de los colonos alemanes y franceses del siglo XVIII, con los que se fundaron la mayoría de los pueblos existentes entre Sevilla y Jaén. Y eso por citar sólo unas cuantas aportaciones, ya que la interacción con pueblos y razas es mucho mayor de lo que delata el aspecto físico (lo que los científicos llaman fenotipo), más lento en asimilar los cambios.

Arriba y abajo. El biólogo sevillano Manuel López Soto, para su tesis doctoral sobre la estructura genética y rasgos evolutivos de los andaluces, estudió muestras de personas pertenecientes a poblaciones antiguas y poco o nada alteradas por migraciones recientes. El resultado fue que el 1,8% de los genes de esos andaluces proceden del Magreb y un 2,4% vienen del África negra. Además de destacar otras influencias, la tesis del experto sevillano confirma que la base genética es, en un 85%, la que llegó vía Europea con las primeras migraciones humanas.

Esta diversidad y la cercanía europea son destacadas por el principal entendido en genética humana de la Universidad Hispalense, Antonio Marín, quien aporta el análisis genético realizado por sus colegas de Barcelona los profesores Bosch, Calafell y otros. Según esta investigación, de la que proceden muchos de los datos ya expuestos en estas líneas, las distancias genéticas entre ibéricos y el resto de europeos son menores que entre ibéricos y magrebíes.

Esto, por lo que respecta a las grandes cifras y a los colectivos, porque luego está el aspecto individual, imposible de estudiar a escala regional. Es decir, que, según sus ancestros, cada persona tiene su propio linaje camuflado tras el fenotipo de una región. Un vecino de La Luisiana, La Carolina o Cañada Rosal, descendiente de aquellos repobladores extranjeros de tiempos de Carlos III, puede ser idéntico físicamente a un paisano del pueblo de al lado, hablar y vestir exactamente igual, tener los mismos gustos y ser, en resumen, más andaluz que nadie. Mientras tanto, un inmigrante sudamericano puede no parecerse en nada, incluso no acordarse de los nombres de las tapas, como protestaba cierto ex ministro popular. Y gozar ambos de grados similares de parentesco genético con el grueso de los españoles. Tras colaborar ambos con sus impuestos en la misma medida, ¿cuál de ellos tendría más derecho a despotricar sobre el falsamente argumentado colapso del sistema sanitario? De nuevo, política y escrúpulos.

El racismo y la xenofobia utilizan como excusa la apariencia, y tienen como su mayor aliado al fenotipo, ese supuesto conjunto de características físicas más o menos comunes de un pueblo concreto y que no tiene por qué coincidir con el mayor o menor parecido genético entre los individuos. Por ejemplo, entre los afroamericanos se dan más casos de rechazo a trasplantes de órganos cuando el donante es negro que cuando es blanco. La apariencia contradice la esencia, tras generaciones y generaciones de sangres cruzadas.

Quién manda aquí. La culpa de que esto resulte paradójico la tiene esa manía de los genes de variar, ir en parejas y dividirse en dominantes (los que se imponen a los débiles) y recesivos (los débiles, que sólo triunfan si coinciden en una misma pareja). Eso hace que cuando un individuo tiene un gen de cabellos oscuros y otro de cabellos claros, prevalezca el primero. Lo moreno manda sobre lo rubio; el pelo rizado, sobre el lacio; el ojo castaño o verde, sobre el azul; los dedos cortos mandan más que los largos, las cejas arqueadas vencen a las puntiagudas (afirmación carente del menor trasfondo electoralista)? También los hay codominantes, cuyo resultado es la mezcla de uno y otro: el hijo de una persona blanca y otra negra será mulato.

Pero, a todo esto, ¿existe un fenotipo español o andaluz? El antropólogo social de la Hispalense Elías Zamora responde sin titubeos: "No hay un fenotipo andaluz. Y en segundo lugar, ése no es el camino para luchar contra el racismo y la xenofobia que se están instalando en España. Es obvio que las diferencias genéticas, externas o internas, no tienen nada que ver con la cultura de los pueblos ni con las capacidades de los individuos." En la misma línea se expresa el profesor de Genética Javier Ávalos, también de la Universidad de Sevilla: "Hasta donde yo sé, tratar de buscar una base genética para un fenotipo andaluz que lo diferencia de otras regiones de España es un disparate desde los puntos de vista científico, ético, social o político. Desde el punto de vista científico, el grado de mezcla genética en el territorio español desde tiempos inmemoriales es enorme. En cualquier región española se encontrará una gran diversidad de tipos y aspectos. Como consecuencia, no se puede reconocer a un andaluz por sus rasgos externos, como tampoco se puede reconocer a un español en Europa. En España hay rubias y en Suecia hay morenas. Por mucho que haya estereotipos que pretendan poner etiquetas fijas, tratar de crear patrones representativos de países o regiones sólo sirve para proporcionar coartadas a ideologías exclusionistas."

(Lea el reportaje completo en la versión impresa de El Correo de Andalucía).

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