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Triana, sin conservantes ni colorantes

El Simpecado trianero llega este sábado al arrabal tras una intensa jornada de emociones rocieras. El alcalde le entregó la Medalla de la Ciudad al paso de la carreta por el andén.

el 19 oct 2013 / 23:17 h.

(FOTOGALERÍA) Sin el repicar de los cascos de la caballería ante la carreta de Armenta. Sin la alegría de los lunares y volantes arremolinándose ante los bueyes al son de las palmas. Sin las varas de verde romero despuntando entre la marea de peregrinos. Sin el rastro colorista de treinta y tantas carretas siguiendo su estela. Pero con la misma devoción y el mismo cariño por la Reina de las Rocinas que hace 200 años impulsó a unos vecinos de la calle Castilla a fundar la sexta entre las filiales de la Matriz de Almonte. La más antigua de las hermandades rocieras de la capital vivió ayer un día que quedará grabado para siempre en su ya bicentenaria historia (1813-2013). Ya iluminada de manera artificial, la carreta de Triana llegó a las puertas del Consistorio hispalense, donde el alcalde hizo entrega de la Medalla de la Ciudad. Por delante quedaba una larga noche de emociones. / J.M.Espino (Atese) Ya iluminada de manera artificial, la carreta de Triana llegó a las puertas del Consistorio hispalense, donde el alcalde hizo entrega de la Medalla de la Ciudad. Por delante quedaba una larga noche de emociones. / J.M.Espino (Atese) Después de arremolinar a su paso en el puente de Triana hace una semana a unas 5.000 personas en una estampa más propia de tarde de capirotes; después de predicar a sus plantas bajo las bóvedas del crucero catedralicio hasta tres obispos y un cardenal, el Milagroso Simpecado de la calle Evangelista retorna a Triana al paso lento de los bueyes –en este caso toros– de la ganadería de Sánchez-Ybargüen, que antes habían sesteado en los corrales de la plaza de toros. Entronizada en su carreta de plata, la de las naranjas y limones, adornada ayer con nardos, dañias y rosas, la Virgen Chiquita que tallara Castillo Lastrucci (con ramos de talco colgando de los cordones del Simpecado), cruza de nuevo el puente de regreso a casa tras una semana de intensas emociones en la otra orilla del Guadalquivir. ROCIO-TRIANA-02Ciertas dificultades logísticas demoraron al filo de las seis dela tarde la salida del Simpecado por la Puerta de los Palos, donde ya le esperaba la carreta trianera. Sonaron cohetes en la plaza de la Virgen de los Reyes mientras que los compases de la Marcha Real, al son de la flauta y el tamboril y en la versión instrumental de la banda de la Oliva de Salteras, ponían banda sonora a este esperado momento. Llegó entonces el primer arreón de Mimoso y Pataleto, los toros coloraos que ayer tuvieron la dicha de tirar de la carreta, y tras rodear la fuente de Lafita y detenerse unos instantes ante la estatua del Papa que un día soñó en voz alta con “que todo el mundo sea rociero”, la comitiva romera ponía rumbo hasta el andén del Ayuntamiento de Sevilla, donde el alcalde, Juan Ignacio Zoido, esperaba su llegada, haciendo fotos desde el balcón de su despacho, para entregarle a la hermandad la Medalla de Oro dela Ciudad. Abriendo el cortejo, más de una decena de tamborileros entonando a coro melodías con sabor a marisma. Ellos y los carreteros fueron los únicos que ayer vistieron de corto. Por delante de la carreta, un medido cortejo de varas e insignias con la presencia de los ex hermanos mayores de la corporación y, más cerca de Ella, del alcalde de Triana, Curro Pérez, del presidente de la hermandad Matriz de Almonte, Juan Ignacio Reales, y del actual hermano mayor trianero, Ángel Rivas. Marchas militares, sevillanas orquestadas y pasodobles acompañaron el rodar de los ejes de las ruedas de la carreta, colándose en el repertorio en alguna ocasión, como en la calle Placentines, marchas como Encarnación Coronada, para que el pueblo coreara el “Dios te salve, María...”.   MISA ESTACIONAL Antes, por la mañana, había sido la hora de los últimos rezos en la Catedral. A las once, con el Simpecado de Triana difuminado entre el grandioso aparato argénteo del Altar del Jubileo, escoltada su silueta por las imágenes de las santas Justa y Rufina de la Catedral, el cardenal arzobispo emérito de Sevilla, Carlos Amigo Vallejo, daba inicio a la misa estacional conmemorativa del bicentenario de la hermandad, una ceremonia amenizada por los cánticos del coro de la hermandad, cuyo repertorio sufrió los rigores de la censura eclesiástica. Las estrecheces de la liturgia catedralicia han impedido que en sus días de estancia en la seo se hayan escuchado ni un solo viva al Simpecado trianero ni los acostumbrados sones de la la flauta y el tamboril en el momento de la consagración. Feliz, gozoso y sonriente se le vio al cardenal en este reencuentro con su grey, a la que dedicó un guiño final en recuerdo de sus años de pontificado en Sevilla. “Hemos caminado 28 años juntos. El tiempo pasa, pero el cariño permanece. Que Dios os lo pague”. Antes, Amigo Vallejo había salpicado su homilía de “algunos cantares del cancionero rociero”, utilizando como leit-motiv de su intervención esa letra que dice: “Camino del Rocío fui sin saber adónde iba. Tú, Señora, me abriste los brazos y mi noche se convirtió en mediodía”. Aludió el cardenal a los 200 años que ha cumplido esta hermandad para asegurar que “no es un tiempo que ha pasado lo que recordamos ahora, sino una devoción que permanece, y son los hijos que todas las noches rezan con las mismas oraciones que les enseñara su madre cuando eran pequeños. El tiempo ha pasado, el amor y la oración permanecen”. Amigo también se refirió a Jesucristo como “el primer peregrino que del cielo vino a la tierra” e hizo alusión a esos “otros caminos”, menos conocidos, de la soledad y el sufrimiento humanos. “Triana –dijo en referencia al arrabal– no sólamente es el barrio donde uno ha nacido, es un espíritu, una forma de hacer, un acento en la palabra, unos recuerdos, una familia...”. Y su hermandad del Rocío conserva un sello y una impronta que la hace única.

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