Ante un serio candidato al play-off y con un sistema netamente ofensivo, el 4-4-2, el Real Betis conquistó un triunfo vital en su aspiración de ascender a Primera División y un equipaje repleto de razones para creer con fe ciega en el regreso. El cuadro de Pepe Mel, crecido por las expulsiones en las filas albinegras, domesticó a un oponente que sólo creó peligro en el inicio y que se secó al ritmo lento y parsimonioso de un Víctor incapaz de imprimir un ritmo veloz a los ataques.
De inicio, Mel no sorprendió con su alineación. Isidoro por Miguel Lopes y Beñat e Iriney en el doble pivote. Sólo las basculaciones de Riga incordiaron a una retaguardia liderada por Dorado, un central mayúsculo cuyo único pecado capital es la lentitud de movimientos. El cordobés gestionó el achique de espacios y el repliegue con una suficiencia que desquició a Riga y Víctor, la dupla con la que Juan Ignacio Martínez, técnico cartagenero, pretendía firmar el hito.
En el segundo período, y con 2-0 en el marcador, Rubén Castro se liberó, Jorge Molina ejerció de cazador furtivo en el área y Beñat racionalizó el fútbol de ataque con calma y atrevimiento. Los goles se sucedieron en pleno éxtasis y anarquía táctica, originada por la calidad y la inspiración de un Betis con rostro de Primera.