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Un James Dean de luces

El madrileño vuelve a Sevilla después de un año de ausencia convertido en una de las bases de la Feria de Abril.

el 31 mar 2013 / 17:37 h.

Por Álvaro R. del Moral. El Juli, por Jaime Pandelet. El Juli, por Jaime Pandelet. De niño prodigio a gran maestro, la historia taurina de El Juli podría pertenecer, pese a su juventud, a media docena de toreros distintos. La intensidad, la variedad y las diferenciadas etapas profesionales que ha cubierto este hombre joven que ha pasado su vida toreando podrían abarcar sin desahogo un buen puñado de coletas. Pero, lejos de estar quemado, al precoz catedrático madrileño aún no se le adivina el techo. Julián López sigue teniendo muchas, muchísimas cosas que decir en pos de un concepto depurado que le ha llevado a desnudar su toreo después de sumergirse en una exhaustiva búsqueda de la perfección. En Sevilla aún se recuerda el impacto –que corrió de boca en boca– que causó su presentación infantil en la placita aljarafeña de la hacienda El Vizir, invitado por la escuela taurina de Sevilla. Levantaba pocos palmos del suelo y no contaba más de doce años pero los taurinos viejos redescubrieron la esencia de Gallito. Estaban contemplando una innata precocidad que sólo hacía presagiar una figura grande, un torero de época. Sin solución de continuidad, aquel torero infantil se convirtió en un auténtico fenómeno mediático, ídolo de jovencitas y hasta icono publicitario de coches que aún no podía aspirar a conducir por su corta edad. Lo hacía todo, y todo lo hacía bien. Absorbía como una esponja todas las fuentes del toreo aunque algunos problemas con la edad legal para actuar en público en España le llevaron a debutar con picadores en ruedos mexicanos. Aquel salto al otro lado del Charco le permitió beber de otros veneros para escenificar ese toreo de ida y vuelta que convirtió en una de sus tarjetas de presentación. El Juli estaba deslumbrando al mundo taurino con una fresca, variada y renovada puesta en escena que le convertía en jovencísima figura del toreo desde el mismo día de su alternativa nimeña, oportunamente televisada a toda España. Pasaron algunos años; muchos triunfos; también alguna cornada que le dejó marcado para siempre. Pero el Juli no estaba satisfecho íntimamente con el camino que estaba emprendiendo una carrera que necesitaba satisfacer al artista virtuoso que llevaba dentro. Asumió todos los riesgos y lo apostó todo a la misma casilla. Y emprendió un arriesgado proceso de búsqueda interior que reveló al auténtico y definitivo gran torero que se escondía detrás de la fresca variedad y el ansia de triunfar a toda costa. Pero el esfuerzo diario, el afán de tirar del carro en todos los ruedos y en todas las ferias no siempre le permitía alcanzar los registros que estaba persiguiendo. Julián salió victorioso de aquella lucha interior para convertirse en el gran maestro del estreno del nuevo siglo. La variedad dio paso a la intensidad; atrás quedaron las banderillas y el exceso de florilegios. Si en la muleta ha buscado prolongar las embestidas hasta la quimera, con su capote prodigioso ha encontrado nuevos registros que le han permitido revelar una desconocida alma de artista: imprimiendo profundidad en los quites recuperados; matizando sus grandiosos lances a la verónica y arriesgándolo todo desde el primer capotazo. El Juli había tomado las riendas de su carrera hasta definir un estilo propio que consiguió sublimar en ruedos como el de la plaza de la Maestranza, de la que salió a hombros por la Puerta del Príncipe después de cuajar varios toros históricos en las ferias de Abril de 2010 y 2011. No pudo estar en 2012. Los vericuetos de la política taurina le dejaron fuera de Sevilla, también de las primeras ferias de una temporada que se convirtió en un pulso entre las primeras figuras del toreo –agrupadas en el extinto G-10– y los pesos pesados de la patronal taurina. Precisamente, las cámaras de televisión que habían enseñado al nuevo matador que era capaz de dar la réplica a Manzanares y Ortega Cano acabarían siendo la piedra de toque, tres lustros después, de una rebelión incomprendida que le dejó sólo ante el peligro. Sólo le acompañó Miguel Ángel Perera en la última travesía del desierto de ese G-10 desarbolado que sí consiguió, entre otros logros, victorias de altísimo valor simbólico como el traspaso de las competencias taurinas desde el Ministerio del Interior al de Cultura. Pero el enfrentamiento por los derechos de televisión –con el concurso de empresas ajenas al mundo del toro que sólo lograron enredar la madeja– abrió la caja de los truenos hasta modificar el desarrollo de una extraña temporada que tampoco fue ajena a los vientos de crisis económica que vivía y sigue viviendo el país. ¿Era El Juli un rebelde sin causa? El tiempo lo dirá. Pero todo eso quedó atrás y el gran maestro madrileño se dispone a hacer el primer paseíllo de una trascendental Feria de Abril que empezará a dibujar el mapa del futuro inmediato de una profesión que siempre ha encontrado su sentido y su rumbo en los gestos de las grandes figuras. Y a El Juli aún le queda mecha para rato.

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