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Un músico al pie del cañón

el 06 mar 2010 / 18:06 h.

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Está muy bien eso de la medalla. Se agradece. Pero esta vez, qué duda cabe, se la han dado a uno que tiene la pechera llena, como los generales de los tebeos. Muchos tiros tiene dados tiene, musicalmente hablando, José María López Sanfeliu, más conocido como Kiko Veneno. Natural de Figueras (Gerona), recriado en Cádiz, pero tan afincado en su Valencina que cualquier día le ponen su nombre a un colegio, ¿que no? Escuchen, escuchen.

Hijo de ama de casa y militar, su padre se sentiría orgulloso de saber lo que su hijo ha hecho por la patria en tiempos de paz. Por la patria de Blas Infante, desde luego, mucho. Y si no consta que haya salvado vidas, sí estamos en condiciones de asegurar que ha salvado un montón de almas. Para ello, primero hubo de hacer un viaje a los Estados Unidos, algo que ahora está al alcance de cualquiera con la ruina que tiene el dólar, pero que en los 70 era toda una epopeya.
Allí vio en vivo y en directo a Frank Zappa y Bob Dylan, pero sobre todo descubrió el flamenco, porque lo nuestro se ama y se entiende mucho mejor en la distancia. Acaso sin saberlo, ya estaba abandonando la fila y el paso de la oca para ocupar posiciones de vanguardia.

De vuelta a la vieja piel de toro, quiso la suerte que se cruzaran en su camino dos gitanos locos llamados Rafael y Raimundo Amador, que tenían un pie en el blues, otro en el rock y la cabeza en el flamenco; las manos, una en las cuerdas y otra en el mástil. Y no hizo falta mucho más para alumbrar Veneno. Su debut, aquel en el que el nombre del grupo aparecía sobreimpresionado sobre un megalito de hachís, es pieza de coleccionista y hasta fue elegido Mejor disco de la historia del pop español, pero es que en este país los reconocimientos siempre llegan un poco tarde, y a veces hasta no llegan, o se desvían por insospechados caminos.    

Pero, para medalla de verdad, todavía fulgente, inoxidable, inasequible a los estragos del tiempo, la de haber firmado en el mítico La leyenda del tiempo de Camarón el himno Volando voy, así como la música de algunos de los cantes más hermosos de la Historia de lo jondo, en colaboración con otro superviviente de todas las batallas como es Ricardo Pachón.
Kiko Veneno perdura también en la memoria de toda una generación disfrazado de Frankenstein junto a Alaska en La bola de cristal; también se le atribuyen con justicia algunas de las más bellas composiciones que hicieron de Martirio un fenómeno cultural ochentero, de plena vigencia hoy. Pero su carrera en solitario, proyectada por un trabajo tan impecable como Seré mecánico por ti, no acababa de despegar, y para que el rancho puntual no faltara en la mesa hubo de acuartelarse de nuevo, concretamente en el antiguo Cuartel de la Puerta de la Carne, como programador cultural en la Diputación de Sevilla.
No sería hasta la década de los 90 cuando este talento en la reserva activa explotaría definitivamente –sin otra baja que la de sus más mezquinos detractores, descansen  en paz- con el memorable disco Échate un cantecito, y con el posterior Está muy bien eso del cariño, un verdadero arsenal de buenas canciones capaces aún de iluminar muchos cielos de verano: Echo de menos, Lobo López, Lince Ramón, Joselito o En un Mercedes blanco...     

En ésas decidió Kiko Veneno desertar del mundo discográfico, tan rico en conspiraciones y escaramuzas, e izar su propia bandera, la del sello Elemúsica, y como buen Juan Palomo editar y comercializar él mismo sus propios trabajos. Siempre rodeado de buenos y talentosos amigos, desde el diabólico guitarrista Charlie Cepeda al desopilante Pepe Begines, pasando por el virtuoso Raúl Rodríguez o sus compadres del G-8 –Tomasito, Muchachito y Los Delinqüentes-, el artista no ha cesado de conquistar nuevos territorios sentimentales, convencido de que el trabajo bien hecho y la verdad desnuda sobre el escenario hacen invencible a cualquiera.

Ahora le han dado la Medalla de las Bellas Artes, para que le busque un hueco en el pecho entre la Cruz al Mérito Rockero, la Orden del Soniquete, la insignia a la fidelidad del Real Betis Balompié, el Corazón Púrpura del Tomaquetoma, la Laureada de Santa Cecilia y tantas y tantas condecoraciones ganadas a pulso a lo largo de estos años difíciles, felices, fugaces, sonados, productivos. ¡Heroicos!

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