La verdad es que no hacía falta ni que el párroco de San Pedro le diera ayer publicidad en la misa dominical. A la hora en que Jesús Maya despedía desde el púlpito a sus fieles, el Palacio Gótico del Real Alcázar era ya un hervidero de golosos -cestita de la compra en mano- a la caza de la última delicatessen conventual.
Que si cascos de naranja en almíbar y tomates enteros en dulce, que si cortadillos de chocolate negro y naranja confitada, que si los castañoles del convento de Santa Florentina de Écija, receta traída del convento franciscano de Asís... María Luisa Fraga, de la asociación de amigas en favor de los conventos de clausura, pone el mismo cariño y esmero en enumerar el listado de nuevas especialidades de esta edición que las monjas en su delicada elaboración artesanal. Ella es ya tan tradicional en la muestra como el convento de Santa Paula, uno de los pocos monasterios que han estado presentes en todas y cada una de las 25 ediciones que ya suma este mercadillo de labores conventuales.
Tradicional es también que el prelado de la diócesis de Sevilla acuda el primer día de la muestra a inaugurarla. Ayer se estrenó Juan José Asenjo en estas lides y, a falta de micrófono en el recinto, pegó un par de palmadas para llamar la atención de los presentes y subrayar que los monasterios de clausura "pertenecen a la entraña más profunda de la Iglesia: son el corazón de la misma". La archidiócesis de Sevilla cuenta en la actualidad con 41 conventos, aunque tres de ellos están asentados en la India y en Kenia. En ellos, 644 religiosas sacan brillo cada día a la regla de San Benito: Ora et labora.
Nunca tendrá tantas delicias conventuales y tantas especialidades tan a la mano. Ándese raudo y veloz si quiere sorprender a sus amigos esta Navidad. El género es tan codiciado que suele agotarse antes del cierre.
