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Un refugio contra el calor de la calle

El Centro de Acogida Municipal atiende a personas sin hogar para protegerlas de las altas temperaturas

el 11 ago 2011 / 20:01 h.

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El centro acoge a nueve familias como la de esta mujer, que da de comer a sus hijos en el comedor.

Nada más entrar hay una mesa con tetrabriks de agua fría y un cartel: "Consumir fuera". El Centro de Acogida Municipal, ubicado en el barrio de la Macarena, los coloca justo en la entrada para que tanto los internos del centro como las personas que pasan por la puerta puedan tomárselos y paliar el calor. Y ayer, uno de los días más calurosos del verano, se agradecía.

El asfalto quemaba en 18 provincias españolas. La Agencia Estatal de Meteorología a ctivó las alerta amarilla (riesgo) y naranja (riesgo importante) por máximas de hasta 40 grados de temperatura. En la campiña sevillana, la alerta se prorrogó desde las dos hasta las ocho de la tarde.

Los consejos para aplacar el calor y evitar los sofocos empezaron a llegar por la radio, la prensa y la televisión, por internet y los teléfonos móviles, por los anuncios en la parada de autobús y los consejos de los que sufrían en propia piel. Todos coincidían en algo: evitar salir de casa en las horas de más calor. Pero, ¿qué pasa con quienes no la tienen?

El Centro de Acogida Municipal es una de las entidades que se encargan de ellos. Las 185 plazas con las que cuenta a lo largo del año se convierten en 195 en épocas de calor. De ellas, tres se reservan para emergencias, casos extremos de personas sin hogar que no están en condiciones de volver a la calle. Como contaba la directora del centro, Sonia Morán, estos días las tres plazas están cubiertas.

"El perfil de las personas que suelen llegar al centro estos días es de personas mayores que no están atendidas y no se pueden valer por sí mismas o de personas que están en la calle y tienen problemas sanitarios graves", explica Morán.

Al ingresar en el centro, lo primero que se les da es lo que más se busca los días en los que los termómetros se disparan: resguardo. "Es lo que queremos todos, poder sentarnos después de comer con el aire acondicionado cerca", cuenta la directora, responsable del centro desde 2009, mientras señala la sala de televisión.

Ya es mediodía, el calor aprieta en el patio, incluso cuando se está a la sombra jugando a las cartas, el pasatiempo de varios de los internos. Por eso la sala de televisión está cada vez más llena. Es un espacio amplio en el que las paredes, a excepción de un lateral, se han sustituido por cristaleras. Dentro, grupos de mujeres charlan en los sofás, tres hombres juegan a las cartas y el resto mira la pantalla recostados en amplias butacas. "En invierno, la demanda es otra, la de pernoctar en algún lugar; pero ahora en verano, lo que piden en estar a buen resguardo", comenta Morán.

Las personas que llegan estos días ingresan en el módulo de corta estancia, donde hay una clara mayoría de hombres: 65 frente a 21 mujeres. Este patrón se repite en el resto de áreas y módulos, donde la mayoría de los internos son hombres. Y también entre los que quieren entrar: en la lista de espera hay cien hombres y sólo unas quince mujeres.

"La situación de las mujeres que llegan es bastante más compleja que la de los varones", cuenta la directora. "Ellas suelen tener problemas de salud mental, de adicciones, incluso de prostitución, además del estigma de que son las responsables de una familia... Algunos casos son muy críticos".

Los que llegan al centro, eso sí, no lo hacen por iniciativa propia. Hasta hace tres años, el sistema para ingresar llevaba el conflicto grabado en su propio planteamiento. Los interesados tenían, ni más ni menos, que hacer cola. Las aceras de la calle Perafán de Ribera se convertían en una suerte de campamento de las necesidades, con colas que duraban días y problemas que estallaban con la mínima excusa. A ello se sumaban los vecinos, cansados de tener estas escenas a las puertas de sus casas.

Esta fórmula de bomba de relojería desapareció en el año 2009, cuando se instauró el sistema de lista de espera. Las personas que quieren ingresar se apuntan en la lista y se van. Cuando hay una plaza libre, se las localiza, bien a través de un teléfono móvil, contactando con los comedores sociales o, en los casos más graves, enviando a los servicios de emergencias del propio centro a recogerlos en las calles de la ciudad donde saben que normalmente rondan.

Quienes llegan de emergencia, como los que buscan refugio del calor, lo hacen enviados por servicios municipales como el Cecop social. Una vez en el centro, disfrutan de los mismos servicios que el resto de los internos: alojamiento, manutención, lavandería, atención social y, si es necesario, psicológica... Todos ellos son los que, desde hace dos meses, utiliza Ioana.

A las 12.48 horas, suena la megafonía del edificio: es la hora de comer para las nueve familias con niños que viven de forma permanente en el centro. Ioana es una de las primeras en llegar al comedor. Tiene 20 años, la piel pálida y la dulzura escrita en los ojos. Hace dos meses que llegó al módulo de familias con su pareja, de 31 años y natural de Sevilla, y su bebé, Paula, de sólo cuatro meses.

"Vivíamos en Torreblanca, en la zona de casitas bajas que parece un pueblo, muy tranquilo", cuenta mientras sostiene a Paula en los brazos. "Ni mi pareja ni yo teníamos trabajo, se nos acabó la ayuda familiar, no teníamos dinero ni familia... Y llamamos al 112". Fue esta última llamada a la desesperada la que les dio una solución temporal: ingresar en el Centro de Acogida.

Pero cuando las situaciones son difíciles, hasta lo más mínimo se convierte en un problema. Ioana tenía que llegar con su pareja y su niña hasta la Macarena, donde está el centro, y ni siquiera tenían dinero para el autobús. "Andamos hasta Sevilla Este, pero no podíamos más. La niña lloraba y llamamos a emergencias para que nos trajera".

De eso hace ya dos meses y Ioana está contenta y agradecida, pero quiere encontrar un trabajo e irse. "Cuando llegamos, la niña empezó a llorar más que nunca. No podía dormir en la cuna, era como si sintiera que no era su sitio", cuenta la joven. "Aquí todo está muy bien, la comida, todo... Pero necesitamos nuestro propio espacio, queremos ser independientes".

A sus 20 años, Ioana no ha tenido una vida fácil, como muchos de los que, por jugarretas del destino, acaban en el Centro de Acogida. Ella nació en Rumanía, trabaja desde los once años, fue carpintera, panadera... Llegó a España en 2007 con su prima y, aunque al principio le fue bien como ayudante de cocina, la crisis económica llegó para hacerle las cosas más difíciles, como a otros internos con los que comparte paredes. El calor es, en muchos casos, el menor de sus problemas. Pero centros como éste les pueden hacer el verano más llevadero. Al menos, por unos días.

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