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Un regalo de 100 años

Lola Curiel cumple un siglo de vida derrochando carácter y lucidez

el 27 sep 2010 / 18:54 h.

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Lola tiene claro el secreto para vivir bien 100 años: trabajar mucho y comer lo preciso.

Por lo que cuenta, parece que Lola Curiel ha ido toda su vida a contracorriente. Fue a la Universidad cuando ver a una mujer en las aulas merecía salir en el periódico. No se casó porque ningún pretendiente valía más que un rato de estudio. Y se jubiló como profesora casi por obligación, por eso siguió dando clases sin cobrar ni un euro. Su vocación docente no se ha apagado con los años, de ahí que cada pocas frases le salga sin querer la entonación propia de quien está impartiendo una clase; y de ahí también que, cada pocas frases, remate con una lección. La que más repite: "Los que tienen el tesoro de la cultura tienen que darla". Ella no ha dejado de hacerlo.


Lola cumplió ayer 100 años. Por más que uno se empeñe en buscarle achaques, no encuentra nada grave en su envidiable historial médico. Tiene las dos rodillas operadas y utiliza bastón, nada más. La noche antes de su aniversario, sus sobrinos la llevaron a cenar. "Me recogieron, me arrastraron, me llevaron... ¡Y yo muerta de cansancio!". "¿Y qué le han regalado?" Sin pensarlo, con voz cándida, a ratos dulce y a ratos peleona, dice: "Me han regalado 100 años".


Lola nació el 27 de septiembre de 1910 en el número 10 de la calle Santillana. Un poco antes, el 2 de julio, hubo un incendio en la vivienda familiar, "un fuego horrible", y su madre creyó, del susto, que era el momento de que su hija viniera al mundo. Pero la niña se empeñó en esperar. El resto de su vida siguió empeñándose en todo lo que quería: en estudiar Filología y Letras después de la guerra, en irse una temporada a París y en volver para dar clases de francés en un colegio de Triana. "A las niñas las enseñaba hasta a sentarse", cuenta. Ahora la siguen recordando y la paran por la calle. "Pero yo no las reconozco, claro, les di clases cuando tenían 16 o 18 años. Ellas a mí sí me reconocen, dicen que sigo igual". Sus mejores recuerdos, asegura, se fraguaron entre las cuatro paredes de las aulas. "Lo mejor es lo que he trabajado y lo que he enseñado. Es darse a sí misma, como tener un hijo que he repartido por el mundo".


"Genio y figura", la describe Fina Jiménez, trabajadora desde hace 15 años de la residencia Mater, donde vive Lola. "No la convences de nada". Ni siquiera la convencieron ayer, cuando los medios de comunicación iban a visitarla, de que era mejor que se pusiera un vestido en lugar del camisón. "Se ha negado, ha dicho que en su cuerpo manda ella", dice Eva Liaño, otra de las trabajadoras del centro. A Lola le daba igual cómo salir en las fotos o en la tele y que el delegado del distrito Casco Antiguo, José Manuel García, fuera a verla, aunque le llevara una placa conmemorativa y un ramo de flores. "El oficio de periodista es un poquito entrometido", pronunció a modo de recibimiento a los medios que fueron a su cumpleaños. De todas formas, sin visitas no iba a quedarse, pues recibe dos o tres al día, sobre todo de sus amigos. "Vienen más amigos que amigas, pero ya no tienen peligro", cuenta entre risas. "Un amigo es un tesoro", pronuncia a modo de lección a sus atentos oyentes.


Lola podría haber tenido otra vida, "si hubiera tenido otros padres", puntualiza, porque ella lo que deseaba era ser actriz de teatro. No pudo ser. "¿Es usted feliz?" "¿Y quién es feliz? La felicidad no existe, es un revestimiento, una túnica que se cae".

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