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Un tirano enjaimado

el 05 mar 2011 / 19:07 h.

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Pascual Aparicio en la sede de la empresa, una oficina en la Casa de la Moneda de la capital hispalense.

-->--> -->-->-->El manual del buen dictador describe al tirano como una persona que castiga, amenaza, persigue, destierra y mata. Es violento y rencoroso. No admite la derrota, ni los errores. Sólo es accesible a los aduladores. Tiene pretensiones dinásticas y un extremado culto a la personalidad. Ignora la piedad, pero se siente cómodo en la venganza. Es paranoico y destructivo. No admite la discrepancia. Así es Muamar el Gadafi, el más longevo de los dictadores africanos.

Desde que en 1969 arrebató el poder al rey Idris I, Gadafi ha sido panarabista, socialista, anticomunista, prosoviético, islamista, terrorista y pacifista. Pero, sobre todo, ha hecho de Libia su cuartel general y de los libios sus rehenes.

Los mismos que tras 41 años de opresión se levantan hoy en busca de libertad y prosperidad contagiados por la oleada reformista desatada en el mundo árabe. Su extravagante figura, que incluye uniformes de fantasía, maquillaje y zapatos de tacón en las grandes ocasiones, provocaría la risa si detrás de su rostro acartonado por el botox no se escondiera un sanguinario Nerón capaz de arrasar su pueblo para mantener su autoridad.

El apego por el poder afloró en Gadafi desde su adolescencia. Su familia, que luchó contra los colonos italianos que ocuparon Libia hasta 1951, le contagió la pasión política. Su humilde origen -es hijo de un pastor de camellos y nació en una jaima en pleno desierto (Sirte)- no le impidió estudiar Derecho en la Universidad de Benghazi, ingresar en la academia militar y perfeccionar su adiestramiento castrense en el Reino Unido.

Tras su regreso de Europa encabezó el golpe de Estado contra la monarquía y pese a ser un completo desconocido, un capitán sin armas a su disposición, fue designado presidente. Gadafi se hizo ascender a coronel, se proclamó antiimperialista y nacionalizó la industria petrolera -el oro negro baña Libia-, los bancos, la tierra, se apoderó de los medios e incluso prohibió el consumo de alcohol, los prostíbulos, los casinos o el pelo largo en los hombres. Y como buen tirano encarceló y aniquiló a los opositores, a los que persiguió incluso fuera de Libia. En 1977 se nombró "líder de la Revolución" y durante más de tres décadas ha gobernado el país con tiranía sin necesidad de un título oficial. Un sistema político que él mismo definió como jamahariya, el "estado de las masas", en su Libro Verde, una tercera vía a medio camino entre el comunismo, el capitalismo y una sui generis interpretación del Corán. Gadafi se dejó influenciar por el socialismo del Che Guevara, el nacionalismo panarabista del presidente egipcio Nasser y el comunismo de Mao. En sus delirios de grandeza, a comienzos de los 70, intentó erigirse en el líder ideólogo de los árabes y propuso la unificación de Libia, Egipto, Sudán y Siria. La impaciencia del coronel y el desinterés del resto de países abocaron al fracaso su proyecto.

No se rindió y soñó con unos Estados Unidos de África, aunque tampoco prosperó. Al mismo tiempo financió a grupos terroristas, incluido ETA; patrocinó a los más sanguinarios líderes del continente como el ugandés Idi Amin o el liberiano Charles Taylor, investigado hoy por crímenes contra la humanidad; y ordenó atentados como el del avión de la Pan Am en 1988, que estalló en Lockerbie (Escocia) y en el que murieron 270 personas. Acciones por las que fue bombardeado en 1986 por EEUU y sancionado por la ONU. Pero un tardío arrepentimiento en 2003 unido a su renuncia a las armas de destrucción masiva y su adhesión a la lucha contra el terrorismo de George W. Bush le valió el perdón de la comunidad internacional.

Rifó contratos de petróleo que le permitieron instalar su jaima en París, Roma, Nueva York o Sevilla. Volvió a irrumpir en las cumbres mundiales -en una cita de la Liga Árabe llegó a orinar en mitad de la sala-, donde llegaba acompañado de varios centenares de hermosas amazonas vírgenes elegidas a través de un casting. Estrechó las manos de líderes del Sindicato de Obreros del Campo (SOC) y también de demócratas como Blair, Berlusconi, Aznar, Sarkozy, Zapatero y Obama. Los mismos que hoy se apresuran a borrar cualquier prueba de complicidad y que miraron para otro lado mientras Gadafi detenía a cientos de libios, retransmitía por televisión las ejecuciones de los insurgentes -que trataron de asesinarlo tres veces-, o disparaba contra su pueblo. Gadafi siempre fue un "perro rabioso" que sólo mudó su piel cuando lo necesitó. Y que como el mayor de los tiranos, morirá matando.

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