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Toros

Una alternativa feliz

La entrega, la calidad y el aire fresco de Javier Jiménez redimieron un espectáculo plúmbeo que parecía sentenciado.

el 03 may 2014 / 22:55 h.

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Plaza de la Maestranza Ganado: Se lidiaron seis toros de la casa Domecq Morenés: primero, cuarto y quinto marcados con el hierro de Juan Pedro Domecq y segundo, tercero y el sobrero que hizo sexto, con el de Parladé. Bien aunque desigualmente presentados y globalmente faltos de raza. A pesar de todo hubo nobleza en el flojo primero, el rajado tercero y en el que saltó en sexto lugar. Matadores: Enrique Ponce, de tórtola y oro, silencio y silencio. Manuel Jesús El Cid, de macarena y oro, silencio y silencio. Javier Jiménez, de blanco y oro, ovación y oreja. Incidencias: La plaza registró menos de tres cuartos de entrada en tarde calurosa. Saludó Alcalareño. A caballo destacó Espartaco. FESTEJO DE ABONO EN SEVILLALa ovación tributada a Ponce cuando se rompió el paseillo tuvo un aire de reinstauración. El valenciano retomaba el cetro en estos tiempos de reinos sin reyes y sedes vacantes. Había que hacerse presente en Sevilla, asumir la auténtica responsabilidad de gran figura mientras la familia y uno más se lo están pasando pipa con sus cuates. La presencia del maestro, con un cuarto de siglo de alternativa colgando de las hombreras, apuntaló los casi tres cuartos de entrada que registró una plaza que no le veía hacer el paseíllo en los últimos años. El diestro Javier Jiménez, que ha tomado hoy la alternativa, saluda con la oreja que ha cortado a su segundo, en el festejo de abono celebrado esta tarde en la Maestranza de Sevilla, en la que también han participado los toreros Erique Ponce y Manuel Jesús "El Cid". / EFE El diestro Javier Jiménez, que ha tomado hoy la alternativa, saluda con la oreja que ha cortado a su segundo, en el festejo de abono celebrado esta tarde en la Maestranza de Sevilla, en la que también han participado los toreros Erique Ponce y Manuel Jesús "El Cid". / EFE Desgraciadamente, Ponce no tuvo toros para explayarse. El primero de su lote, un precioso ensabanado, caribello y un punto carbonero, sólo sirvió para poner a prueba la culturilla taurina del personal. Ayuno de la más mímima raza brava, protestó en el caballo y evidenció durante la lidia que no estaba por la pelea. Desentendido de los banderilleros primero, y huyendo de la muleta con trote cochinero después, al diestro de Chiva sólo le cupo echarlo abajo con media corta y muy bien agarrada que necesitó el refrendo del descabello. Desgraciadamente tampoco pudo ser con el cuarto de la tarde, al que saludó genuflexo y lanceó elegante a la verónica. Ponce quiso ver algo en el animal y no le perdió ripio en la lidia, que administró personalmente antes de brindar a la parroquia en un monterazo cargado de significados que sellaba el reencuentro. Hubo temple en el inicio y buenas intenciones en toro y torero pero la sosería del animal acabó desinflando un trasteo que nunca tomó vuelo. Le queda una y hay ganas de verlo. El caso es que a esas alturas la tarde comenzaba a pesar como una losa por culpa de la falta de raza de los toros de Juan Pedro a la vez que arreciaban algunas voces demagógicas en los tendidos. Convendría repasar algunas estadísticas pero es verdad, la corrida decepcionó aunque habría que anotar que el tercero de la tarde, a pesar de acabar rajado y derrumbado, brindó algunas dosis de calidad que no fueron aprovechadas por un Cid que volvió a acusar ese declive que viene apuntando en las últimas temporadas. Lo había lanceado con cierto sabor y temple en los medios y después de brindárselo a Ponce comprobó que el toro tenía son y sal por el lado diestro. Pero eso fue todo. El diestro de Salteras se acopló en la primera serie pero luego no fue capaz de reunirse con él, de colocarse y aguantar, especialmente por un pitón izquierdo que empañó con sus dudas. El toro se acabó echando a la vez que la gente se enfadaba. Y tampoco pudo ser con el imponente castaño que saltó en quinto lugar, lidiado retórica y coreográficamente por El Boni -ya se había marcado unos pasitos con el toro anterior- para que Alcalareño le soplara dos grandes pares en medio de algunos tiempos muertos. Ahí quedó todo. Con la desesperante sosería de ese astado, poco más se podía pedir. El Cid se puso por allí comprobando la cortedad de sus viajes y la escasa fibra de unas embestidas vacías de toda raza y fuerza. Dos pinchazos precedieron a la estocada final. También le queda otra, y es de Victorino Martín... Pero la tarde se había abierto con buenas vibraciones y cargada de esperanza. Los que andan pendientes de los vericuetos del planeta de los toros sabían que Jiménez -curtido, preparado y motivado- no podía fallar. Formó un lío por originálísimas y ceñidas tafalleras al toro de la alternativa, un animal con clase y teclitas que tocar al que se exprimió en los quites del toricantano -por verónicas y chicuelinas- y del padrino, que calentó por delantales. La alegría con que tomó el segundo puyazo hizo concebir ilusiones. Hubo largo parlamento en la ceremonia. Javier Jiménez ya era matador de toros y después de brindar a su padre enseñó lo que ya sabíamos, que tiene valor. Pero también mostró a los que no se hubieran enterado que su toreo ha evolucionado hacia una maciza calidad a la que sólo faltó algo de acople -los nervios del néofito- en algunas fases de su notable trasteo, a la altura de la calidad de un toro que tampoco estuvo sobrado de fuerzas. Con la espada fue una calamidad y los entusiasmos se enfriaron. Pero se había guardado lo mejor para el final. La tarde declinaba sin remedio cuando salió el sexto, un animal de feas hechuras que tuvo que ser devuelto por descoordinación en sus extremidades. Pero Javier guardaba la moneda y sabía que, definitiamente relajado después de las emociones de la alternativa, podía lanzarla cuando se presentara la oportunidad. En lugar del toro devuelto salió un sobrero de Parladé, negro y salpicado, que le permitió revelarse como un consumado y templado capotero. La atención ya no cesó aunque el toro quiso poco palo y caballo. Lipi se sumó a la fiesta cuajando dos excelentes pares de banderillas y su matador encontró el acople y la reunión desde el primer muletazo de una faena en tono creciente, dicha y hecha sobre ambas manos. El toro no estaba sobrado de fuerzas y protestaba a veces en los engaños pero el trasteo ya no bajó de tono, especialmente cuando Javier Jiménez se echó la muleta al lado izquierdo para enseñar una desconocida alma de artista en varios muletazos de dibujo lento y preciso resueltos con un temple deslizante que pusieron al personal de pie en sus asientos. Algunos desajustes fueron resueltos con desparpajo e imaginación;con afán creativo en los detalles y en los fundamental. Cerrando las series con trincherillas, pases de pecho y un sentido de la escena que le sirvió para llenar la plaza cuando el toro empezó a acortar sus viajes por el lado derecho. Jiménez gustaba y se estaba gustando, transmitía felicidad y estaba haciendo un guiño al futuro immediato. Había exprimido al toro y sólo quedaba matarlo pero no terminó de encontrar la suerte mientras el bicho se arrugaba. La espada entró al fin con el toro claudicando. Y cayó la oreja, que todavía le sabe a gloria.

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