Hace tiempo, desde estas mismas páginas, pedí que se rotulara en Sevilla una calle con el nombre de Bobote. Como quiera que las autoridades desoyeran mi sugerencia, aquí la reitero. No creo descabellado rendir honores a quien lleva cuatro décadas siendo el metrónomo vibrante y fiel de docenas de artistas de primera categoría; y de paso, a esa estirpe de talentos a la sombra, los palmeros, grandes olvidados de la Historia.
Bobote volvió a Triana con un espectáculo que rebosó gracia y pellizco. Una cuerda con ropa tendida de lado a lado del escenario, una sábana que hizo de pantalla de un capítulo de Rito y geografía del cante donde aparece bailando de niño, y una hora por delante para derrochar compás. El Torombo demostró que uno puede detener el tiempo mientras se quita la chaqueta de dos golpes, Emilio Caracafé tocó bonito, hubo bulerías ardientes, tangos, martinetes... Y la alegría de que un barrio deje de ser por un día sinónimo de marginalidad para reivindicarse como vivero del arte.
Que reconsideren lo de la calle para Bobote. Y que estudien lo de rotular otra, que haga esquina, para El Eléctrico.
