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Una dama de la política

el 11 sep 2011 / 06:47 h.

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Ella hubiera seguido encantada como alcaldesa de Sevilla en el 99, pero un pacto entre el andalucista Rojas Marcos y el socialista Sánchez Monteseirín, similar al que ambos partidos mantenían en la Junta, la dejó compuesta y sin Alcaldía después de que la popular fuera la lista más votada en aquellos comicios, los primeros celebrados tras la exitosa Exposición Universal. Un año después, en el 2000, renunció a su acta de concejal y, después de 13 años en el Consistorio hispalense, abandonó la Plaza de San Francisco para retornar al Congreso. Soledad Becerril ponía fin de esta forma a la que ella misma define como la etapa más feliz de su larga trayectoria política, los cuatro años (de 1995 a 1999) que gobernó una ciudad sometida entonces a severas restricciones de agua y empujada al sueño imposible de lograr las Olimpiadas de 2004.

Once años después de irse del Ayuntamiento, la primera mujer que ocupó la Alcaldía de Sevilla en la historia de la ciudad ha anunciado esta semana su adiós a la política con la misma naturalidad, elegancia y discreción de la que ha hecho gala en la vida pública.

Su nombre pasará a la historia por ser la primera mujer ministra de la democracia, en tiempos en los que las mujeres de su generación abandonaban el colegio a los 16 años. Durante su corta etapa al frente del Ministerio de Cultura del que sería el último Gobierno de la UCD con Calvo Sotelo (1981-1982) impulsó la apertura de España a la vida cultural europea, abriendo nuevos caminos y proyectando la cultura española al mundo (fue entonces cuando se iniciaron las grandes exposiciones, como la de Murillo en Londres o la de El Greco en Estados Unidos).

Pero la carrera política de esta madrileña de cuna se había iniciado mucho antes en Sevilla, ciudad a la que arribó en 1970 tras su enlace matrimonial con Rafael Atienza, marqués de Salvatierra. Fue aquí donde en 1974 fundó junto a un grupo de amigos como Jaime García Añoveros la revista de información general La Ilustración Regional, tribuna de voces plurales que se convirtió en una plataforma de reivindicación de la democracia, y un año después ingresó en el Partido Demócrata Liberal (PDL) en Andalucía, vinculado a la federación que había promovido Joaquín Garrigues Walker. Ya en las filas de la UCD fue elegida diputada por Sevilla sucesivamente en 1977 y 1979.

Al PP se afilió en 1989, después del denominado congreso de la refundación, aunque dos años antes se había presentado como independiente bajo las siglas de la Alianza Popular a la Alcaldía de Sevilla sin pena ni gloria. En las municipales del 91, ya como presidenta del Partido Popular en Sevilla, se convirtió en la primera teniente de alcalde de Alejandro Rojas Marcos. Y cuatro años después al fin lograría su objetivo de ser la primera alcaldesa de Sevilla. Su principal deseo incumplido en aquella etapa fue no haber comenzado el Metro (en aquella época la Junta no quería saber nada de él y el entonces consejero de Obras Públicas, Francisco Vallejo, tardó siete meses en recibirla).
Becerril no olvidará jamás aquella madrugada del 30 de enero de 1989 en la que ETA golpeó a los sevillanos con el asesinato del matrimonio Jiménez Becerril y mostró a España entera las lágrimas desconsoladas de una alcaldesa enlutada y deshecha. Aquel suceso cambió su proyección pública, desmintiendo esa imagen de política altiva, seca y poco dada a las efusiones. Por cierto, que luego se sabría que un fallo en el detonador de un coche bomba la había librado a ella de una muerte segura.

Amante de la lectura, la música de Mozart y las plantas, Becerril ha sido una gran dama de la política. De hecho, nunca tuvo enemigos en la vida pública, sólo adversarios, alguno de los cuales le llamaba peyorativamente la marquesa por ese aire de altivez clasista y reservada que parecía envolverla y que luego desmontaba en el trato cercano.
En 2007 no sucumbió a la tentación de Arenas para que aspirase de nuevo a la Alcaldía de Sevilla. Y ahora, en puertas de unas nuevas elecciones generales, la diputada por Sevilla Soledad Becerril da por cerrado definitivamente el libro de su vida política tras 37 años de impecable servicio a la democracia y de una inusual maestría en las formas.

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