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Una de estafa

Mientras fui presidente tuve la oportunidad de viajar dentro y fuera de España. Uno de mis viajes me llevó a Brasil. Una mañana, en el hotel en el que me alojaba, mientras tomaba un café en el bar de la planta baja, apareció un vendedor de lotería, similar a los vendedores de la ONCE española...

el 16 sep 2009 / 05:54 h.

Mientras fui presidente tuve la oportunidad de viajar dentro y fuera de España. Uno de mis viajes me llevó a Brasil. Una mañana, en el hotel en el que me alojaba, mientras tomaba un café en el bar de la planta baja, apareció un vendedor de lotería, similar a los vendedores de la ONCE española. En su solapa llevaba una ristra de boletos que te ofrecía solícito. Se trataba de que cogieras la serie de números y eligieras el que quisieras. Cuando me disponía a realizar la operación de selección, uno de los conserjes del hotel me avisó para que no lo hiciera, porque, de lo contrario, tendría que quedarme con todos los billetes que el vendedor llevaba prendidos con un imperdible en su solapa. Si tocabas la ristra, significaba que tenías que quedarte con ella y pagar el total de la serie.

Algo similar ocurre en España, no con los vendedores de lotería, sino con las compañías que operan en telefonía. Muchos de los lectores de este periódico, si no todos, habrán soportado -y seguirán haciéndolo- llamadas, a las horas más inoportunas, en las que una amable señorita te ofrece ventajas sin cuentos si aceptas las ofertas de la compañía en la que ella trabaja. Todo tipo de ventajas si te decides por un paquete que incorpora llamadas desde el teléfono fijo, conexión a internet y demás florituras tecnológicas. Aceptarlas o no, no significa grandes riesgos si la compañía oferente es la misma con la que tú tienes contratado el servicio. El problema surge cuando se trata de una compañía de la competencia que desea apartarte del servicio que tienes contratado, para pasarte a la nueva. Te preguntan si estarías dispuesto a examinar un contrato en el que se especifican las condiciones de la oferta que te hacen.

Normalmente, el usuario desprevenido manifiesta su intención de examinar ese contrato. Piensa que no pierde nada con leer la letra grande y la letra pequeña de esa oferta. Lo que no espera el usuario, porque nadie puede esperar algo semejante, es que en esa conversación, puramente informativa, la compañía considera que has manifestado tu aceptación para proceder al cambio de empresa de telefonía; es, por lo visto, lo que la Resolución de la Comisión del Mercado de las Telecomunicaciones (CMT) ha legalizado: el slaming, un modo de contratación fraudulento para el usuario, pues supone el cambio de compañía telefónica y la aceptación de un contrato, sin que el usuario sea consciente de ello, conozca el contrato, lo revise y lo firme.

Debe ser que las cosas funcionan así, porque a los pocos días de haber mantenido esa conversación, y antes siquiera de que hayas recibido el contrato prometido para que lo leas y lo firmes, en el supuesto de que estés de acuerdo, cuando descuelgas tu teléfono fijo para realizar una llamada, te encuentras sin línea y oyendo una voz que dice: "Buzón de la compañía telefónica X; deje aquí su mensaje". Esa misma grabación es la que escucha cualquier otro usuario que quiera llamar a tu teléfono fijo; sencillamente, te has quedado sin línea e incomunicado. Y aquí empieza el calvario:

Te diriges, desde otro teléfono, porque el tuyo está incomunicado, a la compañía con la que hasta entonces mantenías un contrato para el mantenimiento de tu línea y te informan de que efectivamente han dado de baja tu número telefónico, puesto que has pasado a otra compañía. Si deseas volver a esa compañía con la que llevas varios años, tienes que iniciar una serie de trámites, con firma de solicitud de vuelta a la situación anterior; y mientras tanto, sigues incomunicado, puesto que la nueva aún no te ha dado de alta y la vieja ya te dio de baja.

Me imagino que cuando consigas restablecer la situación anterior, por el camino te habrás dejado algunos euros, además de la incomodidad que te ha supuesto todo el proceso, al final, tu único pecado ha consistido en ser amable con la persona que a la hora de la siesta ha violado tu privacidad, ha interrumpido lo que estabas haciendo en ese momento y te ha ofrecido un servicio en nombre de una compañía que no es la tuya.

En lugar de mandarla a paseo, has escuchado atentamente las explicaciones que te ha dado, le has confirmado que tú eres fulano de tal y que vives en el domicilio que ya ellos saben. Has dicho que no te importaría conocer más detalles de la oferta que te venden y han quedado en que te mandarán un contrato por si te interesa firmarlo para proceder al cambio de compañía. No he podido evitar acordarme del señor de Río de Janeiro, aquel que si le tocabas los billetes de lotería para elegir un número, tenías que quedarte y pagar toda la ristra.

Afortunadamente, la mayoría de los negocios no funcionan así. Imagínense qué sería si todo fuera igual que la estafa que he descrito anteriormente; por ejemplo, uno va a un concesionario de coches y pide al vendedor que le enseñe algunos modelos en los que estás interesado. El vendedor, todo amable, te invita a ocupar el asiento del conductor para que veas lo cómodo y confortable que es. Cuando te bajas, después de haber visto el cuadro de mandos y observar que puede ser que te interese comprarlo, el banco empieza a facturarte los recibos del coche que tú no compraste, porque por el mero hecho de haberlo probado, se entiende que has dado tu aceptación para el pago del mismo.

¿No hay un diputado en España que esté dispuesto a lanzar una propuesta parlamentaria para acabar con este fraude? ¿O tendremos que dejar de ser amables y mandar a paseo a todo aquel que a la hora de la siesta te dé el peñazo con ofertas y mejoras sin advertirte de que, como le des las buenas tardes amablemente, estás aceptando unas condiciones de cambio que ni siquiera conoces?

jcribarra@oficinaex.es

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