Cultura

Una obra elegante para un homenaje sin sentido

La verdad es que no entiendo mubien esta especie de evocación a la sevillana Carmen Tórtola Valencia, una bailarina clasista, contradictoria, admiradora de Queipo de Llano que, además, en ningún momento le interesó el flamenco y cambió las danzas andaluzas autóctonas por las orientales y a su tierra por Cataluña.

el 15 sep 2009 / 16:00 h.

La verdad es que no entiendo mubien esta especie de evocación a la sevillana Carmen Tórtola Valencia, una bailarina clasista, contradictoria, admiradora de Queipo de Llano -le dio las gracias, después de la guerra civil española del 36, por lo que hizo por España-, que, además, en ningún momento le interesó el flamenco y cambió las danzas andaluzas autóctonas por las orientales y a su tierra por Cataluña, donde murió a mediados de los años 50 del pasado siglo. Estando ahí La Macarrona, Pastora Imperio, La Argentinita, Pilar López, La Argentina o Matilde Corrales González, extraña esta especie de reconocimiento que, además, está basado sobre el supuesto legado dancístico de la musa de literatos como Rubén Darío y Pío Baroja, y de pintores como Romero de Torres y Zuloaga. No obstante, es respetable que una bailaora sevillana, Isabel Bayón, se haya esforzado en resucitar a una artista sevillana olvidada que, además, acabó sus días en la pobreza, cuando durante décadas fue conocida y reconocida universalmente. Isabel Bayón utiliza su memoria olvidada como pretexto para ofrecernos un espectáculo sin duda elaborado y con detalles coreográficos interesantes en bailes que estuvieron muy de moda en la época de Tórtola Valencia (1885-1955), sobre todo en las dos primeras décadas del pasado siglo. Me refiero al tango, el garrotín y la farruca. En estos bailes destaca la enorme sensualidad de la bailaora sevillana, aunque, como ha basado las coreografías en el soñado estilo de Tórtola Valencia, estos bailes los vimos despojados del encanto flamenco que en la Bayón es habitual. Fue todo bonito, delicado, con movimientos dancísticos fusionados y sólo algunas veces bien correspondidos por los cantes, en ocasiones tan bruscos que chocaban con la delicada música de Jesús Torres y Paco Arriaga, amén de la seleccionada para Salomé. Creo, sinceramente, que toda esa parafernalia de la película proyectada de Tórtola Valencia, la fría puesta en escena y la insípida escenografía sirvieron sólo para distraer la atención del aficionado sobre lo que realmente era importante anoche: el baile elegante, de gran talento, de una de nuestras mejores bailaoras, que ha sabido sacudirse las virutas de lo más chabacano de la escuela sevillana para, creando con sentido, conseguir un estilo muy personal que la ha convertido en quien es hoy en día. Si será inteligente, que acabó su nueva propuesta con dos verdaderos golpes de efecto: primero, el cante por bulerías al golpe de Miguel Poveda, la sorpresa de la noche; después, la pincelada por soleá de la maestra Matilde Coral. Doña Matilde no está para correr la maratón de Nueva York, pero levanta los brazos y la Giralda se refugia en la Catedral muerta de envidia. Fue bastante emocionante verla de nuevo en este teatro sevillano, donde la hemos visto algunas veces. Esos brazos sí que merecerían un homenaje, porque el baile sevillano está tan cerca del cielo porque lo han llevado ellos en volandas.

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