Cofradías

Una puerta al corazón del Arenal

La cofradía salió ilesa otra vez de la estrechez de la capilla de la Piedad, que recuperó su esencia tras su reforma en el mes de febrero

el 20 abr 2011 / 20:18 h.

El sol golpeaba tenuemente sobre el hotel Adriano y la gente se despojaba de la ropa de abrigo que se había traído con el mal fario del lluvioso Martes Santo. Pero al contrario, la jornada era de bullicio y hasta de calor. En el Papelón, a pocos metros de la capilla de la Piedad, más de uno se refri-geraba mientras, a su espalda, se formaban los tramos de nazarenos en la plaza de toros de la Maestranza. Aún quedaba una hora para que la Cruz de Guía de la hermandad de El Baratillo asomara por la calle Adriano, pero se había formado ya un escueto palquillo de 40 sillas de plásticos situadas en primera fila, para ver como las imágenes. Y al que le faltara, había una china ofreciéndolos a un módico precio.

Con una puntualidad torera, que guarda en su ADN la cofradía del Arenal, la capilla abrió sus puertas a las 17.33 horas para que la cruz asomara puntual a su cita, pese a los intentos de una calle que minutos antes ya rompía en aplausos pidiendo la salida de las primeras túnicas azules de cola.

El portalón sonó a añejo, como si se hubiera viajado medio siglo atrás, cuando la capilla de la Piedad lució por última vez con una puerta de madera. Casi la mismas fechas en las que fue coronada la Virgen de la Caridad de manos del cardenal Bueno Monreal. Adiós quedó ese sonido metálico de los últimos tiempos. La reforma de la capilla, que fue inaugurada el pasado febrero, ha recuperado el portalón tradicional, pero mantiene esa misma estrechez que convierte cada salida en un milagro venido del costal.

Esa angustia la vivió primero el misterio de la Santísimo Cristo de la Misericordia. Con la cruz y sus telas prácticamente rozando el monte de claveles rojos. Ya habían pasado las seis de la tarde y los costaleros empezaron a romper a sudar bajo las trabajaderas Una vez fuera, la banda de cornetas y tambores del Sol le dedicó el merecido homenaje a tanto esfuerzo, entonando Baratillo, como no podía ser de otra forma.

El gentío volvía a su normalidad, aunque más de uno echaba la vista arriba, donde el sol dejó paso a un cielo algo plomizo, pero sin llegar a romper por fortuna.

Pero aún quedaba el segundo milagro. Cuando el misterio encaraba Pastor y Landero, la Virgen de la Caridad se desprendía de sus zancos para superar el dintel y los laterales de madera de cedro, que recibieron las primeras caricias de los varales. Hasta necesitaron costaleros de refuerzo en los costados para salir indemne. Tal fue el esfuerzo que el capataz, Rafael Díaz Talaverón, ordenó a la banda del Carmen de Salteras, que ya estaba dispuesta, no entornara los primeros sones de Aniversario Macareno. Tuvieron que esperar cinco minutos para coger la fuerza suficiente que le sirvió para ir, con rapidez, rumbo a la Catedral.

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