Cultura

Unas de cal y otras de arena

Emilio Huertas cortó una oreja aunque el mejor toreo de la tarde corrió a cargo de Damián Castaño.

el 11 sep 2011 / 20:59 h.

La faena más compacta la firmó Damián Castaño aunque Huertas logró puntuar por su mejor manejo de los aceros ante el tercero de la tarde.

Un calor infernal saludó la reanudación de las novilladas dominicales tras el paréntesis estival con un cartel de debutantes que también tenían la opción de clasificarse –según sus respectivos méritos– para la novillada postrera del próximo fin de semana que reunirá a los triunfadores de la temporada hispalense.

La verdad es que el madrileño Gómez del Pilar había quedado absolutamente inédito después de romper plaza con un manso de libro con el que sólo pudo certificar sinceros esfuerzos. Pero era imposible. Hubo que esperar al descaradito cuarto para anotarle un toreo arrebujado, bien hecho y bien dicho que tuvo que pechar con las protestas de un utrero progresivamente desinflado y desentendido de la faena que se aplomó por completo. La verdad es que Gómez del Pilar fue el que más sinceramente se entregó. Habrá que verle más.

Poco se sabía de Damián Castaño más allá de su condición de hermano del diestro charro del mismo apellido pero fue dejando buenas sensaciones capotazo a capotazo, pase a pase, según iba lidiando al segundo ejemplar de Villamarta, que tuvo aire de Núñez de otro tiempo. Castaño mostró firmeza y hondura, también algunos excesos en la colocación pero toreó con templanza sobre la mano izquierda y mostró buen gusto en todo lo que hizo en la cara de un remiso y noble novillo con el que le faltó solvencia con la espada. El quinto puso a correr a todo el mundo en la lidia y llegó al último tercio con una descompuesta violencia que sólo servía para certificar su mansedumbre. La faena fue una riña de barrio, una toma y daca con navajazos al aire del marrajo de Villamarta, al que Castaño le costó echar abajo en tiempo y forma.

La tercera pata del banco era el manchego Emilio Huertas, que sorteó en primer lugar un novillo informalete al que José Otero cuajó con los palos. Solvente y templadito, sí le faltó al tal Huertas embragetarse un poco más, enfadarse consigo mismo y con un novillo que, progresivamente rajado, era para torear a mayor altura por clase, boyantía y dulce fijeza.

Y aunque el chico no está exento de cualidades, si se abusa del abrigo de la mata no hay manera, ésa es la verdad. Huertas repitió el mismo guión con el sexto pero éste era un hueso verdaderamente duro que roer y las precauciones del muchacho se convirtieron en distancias exageradas, pasos atrás y un toreo periférico en el que devolvió la oreja conseguida con el novillo anterior. Ya lo decía mi abuela: para torear y para casarse, hay que arrimarse.

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