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Verbos, teléfonos y progreso

Hay verbos que no soportan el imperativo. Según Daniel Pennac, en su deliciosa obra "Como una novela", existen verbos como amar, leer, soñar, que tienen auténtica aversión a ese modo verbal. Un fracaso del imperativo, sugerido por el narrador francés nacido en Marruecos...

el 16 sep 2009 / 01:42 h.

Hay verbos que no soportan el imperativo. Según Daniel Pennac, en su deliciosa obra "Como una novela", existen verbos como amar, leer, soñar, que tienen auténtica aversión a ese modo verbal. Un fracaso del imperativo, sugerido por el narrador francés nacido en Marruecos, que por desgracia puede extenderse como una mancha de aceite en los tiempos que corren. A la vista de las hercúleas resistencias intelectuales y de la tozuda realidad de los hechos, parece imposible recurrir hoy a los imperativos de imaginar, balancear, aprender, corregir, estimular, temer o comprender.

Hace pocos días, una famosa empresa de Finlandia de teléfonos móviles comunicaba su "cauteloso optimismo" sobre el final de la "caída libre" de la compañía. Un tímido cambio de tendencia en el valor decadente de sus acciones, después de un primer cuatrimestre con una caída del beneficio neto de un 90 por ciento. Tras 15 años de un formidable crecimiento, ahora sus dirigentes se esfuerzan en dar un atisbo de esperanza a sus atribulados accionistas. En encontrar una explicación que compense tanta perplejidad corporativa. Ellos ya saben que su problema es más gordo de lo que la actual crisis parece sugerir.

Intuyen que estamos en la inadvertida antesala de una nueva fase de globalización, de efectos tan inquietantes como impactantes. Padeciendo ya los mismos efectos de procesos similares del pasado más reciente. Como aquella transferencia masiva de conocimiento, que se inició al principio de los años 70, y que finalmente ha provocado el desplazamiento de la economía industrial de Europa y Estados Unidos a Asia. Una transición que ahora parece querer repetirse. Con las economías emergentes del Lejano Oriente diversificando su actividad industrial, gracias a un gigantesco esfuerzo en la economía global de los servicios, derivado de un renovado e imparable proceso de transferencia tecnológica occidental. En menos de diez años, gran parte de los puestos de trabajo de Estados Unidos, Japón y Europa, en sectores que ya están hoy compitiendo con China, desaparecerán. La contabilidad, la medicina, la ingeniería, la fabricación de software, los contenidos informativos y culturales, ya están dejando de producirse en Occidente y son parte habitual de las incipientes subcontrataciones masivas con el continente asiático.

Un proceso que provocará millones de personas con conocimientos anticuados, dependientes de una economía nacional cada vez más estrecha. A menudo víctimas de planes educativos inservibles. Desconcertados por el desplazamiento de la propiedad de las empresas a la ribera del Pacífico. Una transición con nuevas dependencias de naciones políticamente frágiles. Un cambio global que representa un monumental desafío, que afrontamos enredados en una lectura peligrosamente simple de la crisis. Una situación nueva que exige refrescar ideas sin peligrosas renuncias. Un reto de señales inciertas. El futuro aprisionado por aquellos verbos que aún no toleran el imperativo.

Abogado

opinion@correoandalucia.es

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