La afición melómana de la ciudad en muchas ocasiones es difícil de comprender. Anoche, la Orquesta Barroca de Sevilla (en adelante OBS) ofreció un –vaya de antemano– magnífico concierto en la Fundación Cajasol, felizmente conquistada dejando atrás la gélida (imagínense con estas temperaturas) Iglesia de Santa Marina. Con ocasión del mismo se decidió que la taquilla (casi testimonial, entre 5 y 10 euros) iba a ir a parar a una entidad benéfica.
Pues he ahí la cosa que, por escozor de los euros, la OBS no llenó las 500 butacas. ¿Es que acaso el público prefiere aguardar una cola de más de una hora, sentarse en una silla de feria y helarse hasta el tuétano con tal de no sacudirse la calderilla?Misterios aparte, el programa, dirigido desde el violín por el argentino Manfredo Kraemer, ofreció una exuberante gama de colores ya desde la inicial Sonata di viole de Stradella. Con su habitual tono implosivo, el conjunto sevillano desmenuzó las dinámicas, marcó las articulaciones y acentuó con una fuerza y una vitalidad como solo sabe hacer hoy en el panorama de la música antigua la Orquesta Barroca.
Con el Concerto grosso n.8 de Corelli hubo espacio para guiños navideños en el marco de una versión robusta. El brillante Telemann del Concierto en La mayor TWV 53:A 2 contó con la flauta solista de un Guillermo Peñalver agitado y con nervio en cada entrada, alargando frases y dando vida propia a una música en la que es fácil caer en la monotonía. Nos quedamos sin embargo con el pasmoso Hornpipe de la Geografía sonora del mismo autor. Su tono ceremonial y repetitivo nos hizo pensar en un Michael Nyman arrebatado por los atriles de la OBS. Antes, en medio y al final, una decena de villancicos. Campana sobre campana y Hacia Belén va una burra nunca nos habían sonado tan bien, eso sí en versiones históricamente informadas.
