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Votantes estabulados

Podíamos habernos ahorrado la campaña electoral de las europeas. Habríamos ahorrado tiempo y dinero. Y lo que es más importante, tanta estupidez como hemos sido condenados a oír durante estas dos semanas, tanta denuncia mezquina y tanta declaración boba-planetaria o nacional-derrotista.

el 16 sep 2009 / 03:52 h.

Podíamos habernos ahorrado la campaña electoral de las europeas. Habríamos ahorrado tiempo y dinero. Y lo que es más importante, tanta estupidez como hemos sido condenados a oír durante estas dos semanas, tanta denuncia mezquina y tanta declaración boba-planetaria o nacional-derrotista. Si este ha sido el pienso que nos han echado para las europeas, no quiero ni pensar qué ocurrirá para las próximas legislativas. Aquí seguiremos, estabulados en nuestra estática y poco apreciada condición de ciudadanos. Una ciudadanía huera, ejercida con debilidad. Con la cuestión de Europa de fondo, es mucho más fácil considerarnos imbéciles, porque más allá de la bandera, el euro, el himno y los principios generales básicos, nadie comprende de qué hablamos, los partidos se esfuerzan en no explicarlo y los medios nos abonamos a la cobertura del pan y circo diarios.

No hay que alarmarse: cada campaña europea es clavada a la anterior. Sólo las urgencias internas de cada partido intensifican más o menos el lanzamiento de invectivas y elevan el insultómetro. La abstención, que siempre es una dimisión del ciudadano, es un virus que se extiende con rapidez y se inocula por varias vías: por desconocimiento, por hartazgo o por inducción. Una vez consumada la escasa participación, será utilizada por sus impulsores. Caín matando a Abel con la quijada sonriente de un burro.

A los andaluces nos interesa Europa. Muchísimo. Nos ha interesado por la parte de los ingresos, que han sido cuantiosos y salvíficos cuando más los necesitábamos. Cosa distinta es que nos demos por concernidos en el debate de su construcción, de sus problemas y retos por abordar. Quizás porque sólo nos interesa Europa como solución pero al contrario que Ortega y Gasset, es decir como solución técnica y económica y política, no desde un punto de vista filosófico. Los españoles, que nos hemos ido haciendo más conservadores a la vez que el país se hacía más rico, empezamos a percibir otras ideas asociadas al concepto de Europa. Y lo que se ve no suele interesar lo más mínimo. Y cuando alguien se interesa, rara vez comprende el meollo del asunto: las instituciones comunitarias, el reparto de poder, los turnos en la presidencia y el funcionamiento de grupos políticos supranacionales son como el intrincado laberinto de una almadraba, difícil de recorrer para el ciudadano de a pie, que aún anda descifrando el contenido de los últimos estatutos y el anclaje de cada uno de esos textos con el inveterado concepto de España. Sin comprender, no se conoce. Y sin conocer, no hay implicación posible. A día de hoy, ese es el estado de la cuestión: caminamos por el mismo lado oscuro de la luna, como Pink Floyd.

Jurgen Habermas, el filósofo y sociólogo alemán que más ha destacado precisamente por aunar en su pensamiento teoría y praxis, acaba de publicar una recopilación de artículos, análisis y conferencias bajo el sugerente título de ¡Ay Europa¡. En uno de sus apartados reflexiona con singular lucidez y ejerce su papel de intelectual poniendo el dedo en la llaga de los problemas: "En el punto de inflexión del proceso de unificación, la política europea nunca había sido ejercida de una forma tan abiertamente elitista y burocrática". Buceando a pulmón en sus palabras encontraríamos buenas respuestas a nuestras buenas incógnitas. Es paradójico que sean los propios partidos políticos los que más se interroguen por la abstención creciente y los que menos esfuerzos dediquen a corregir los déficits y vicios que generan el problema. Para Habermas, la malhadada Constitución europea debía haber puesto las bases para cambiar el modo de hacer política comunitaria y para decidir la forma denifinitiva de la Unión Europea. Nada se ha logrado. El camino está más empinado que nunca y las ampliaciones express a las que se ha sometido la estructura comunitaria amenazan con hacer saltar las costuras y convertirla en una realidad político-económica cada vez menos reconocible para los que llegamos antes. Lo cual, no obsta para que se profundice en ese camino, aunque sí obliga a mayores esfuerzos explicativos. Porque resulta evidente que nos la jugamos en Europa. Anotemos al menos las cinco prioridades que nos conciernen según el filósofo: la seguridad internacional, "las previsiones globales ante el colapso de los contrapesos ecológicos fundamentales para la vida", la distribución de los recursos energéticos escasos, "la imposición global" de los derechos fundamentales del hombre y "un buen orden económico mundial". Claro que jugamos ese partido. Pero la abstención es poliédrica: también tiene razones "locales", como el escaso esfuerzo que hacen los eurodiputados por trasladar la política europea al terruño, lo que provoca una falsa sensación de desconexión de nuestros intereses con Europa. Ellos son la infantería europea, pero en clamoroso repliegue táctico.

Un deseo políticamente correcto sería que las urnas se llenaran hoy de votos. Pero mucho más interesante es desear que los ciudadanos decidamos prestigiar nuestro papel como tales, ejerciendo desde la convicción y la exigencia. Es falso pensar que sólo el voto nos hace libres. Lo que nos hace libres de verdad es saber para qué y a quién votamos. Y sobre todo no dejar que nos traten como al ganado estabulado que se saca a paseo cada cita electoral.

ahernandez@correoandalucia.es

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