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Vuelven, con casa vuelven

Vuelven los caracoles. Despacito, pero vuelven. Ayer por la tarde debían de ir arrastrando los cuernos más o menos por la Cuesta del Rosario, porque a partir de la Alfalfa se acababa toda esperanza (para quien la tuviese) de comerse un vasito de esos seres en el resto del casco antiguo...

el 15 sep 2009 / 04:36 h.

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Vuelven los caracoles. Despacito, pero vuelven. Ayer por la tarde debían de ir arrastrando los cuernos más o menos por la Cuesta del Rosario, porque a partir de la Alfalfa se acababa toda esperanza (para quien la tuviese) de comerse un vasito de esos seres en el resto del casco antiguo: ni en Santa Cruz, ni por los alrededores de la Plaza Nueva, ni por los Terceros, ni por la Puerta de la Carne... "Eso no me lo han pedido en siete años que llevo aquí", susurra Enrique, camarero de El Portón que sirve tintos y ensaladillas a la sombra del Ayuntamiento, area paellera por excelencia (y, si acaso, un poco fritanguera) desde que el turista es el rey indiscutible del tapeo.

Antes, cuando uno iba al Centro, decía voy a Sevilla; ahora, para ir a Sevilla hay que salir del Centro y de su aséptico pastiche tabernario. Así que, quien quiera caracoles, que vaya a Pino Montano, a la Macarena, al Juncal, a Triana o a ciertos recovecos cañís, por no decir malolientes, a los que el forastero no va así lo aspen (que lo aspan, si lo trincan). El grueso del casco histórico está tomado por la musaka, la nouvelle chouminée y el arroz de sobre.

Todo esto, a decir verdad, importa un bledo en la plaza de abastos de la calle Feria. Dame cariño, dame cariño, canturrea el frutero Rafael Durán con decadentes aires de tómbola que pretenden atrapar y a poco espantan. Ayer había poca gente que le echara cuenta, quitando un agradecido público de caracoles empaquetados a los que se les hacía la boca agua con la tonada. Qué pasará cuando les canten algo de los Bee Gees o de Perales. Aquello era un símil de la cornisa aljarafeña: los bichos estaban todos apelotonados con sus casitas y metidos en mallas en lo alto de un cubo, a 2,50 el kilo y chorreando babas mezcladas con agua. Simpático animal. Y puerco donde los haya. El cacillo de escanciarlos es la escupidera del Conde de Montecristo, pero aun así diríase que fuese el alimento base de la cristiandad, a juzgar por las cifras: los españoles se jalan cada año, dicho por los criadores, mil toneladas de estas mucosidades reptantes, lo que da una media de 22 ejemplares por cabeza, con abundantes casos de 44 y hasta de 66.

"Me los trae un hombre", dice Rafael, que mima a sus cabrillas y caracoles como si fuesen una hortaliza más. Hace bien, porque es ahora, que está empezando la temporada, y ya le reportan entre 25 y 50 euros diarios de beneficios netos, aparte babas para montar tres teletiendas.

"De momento, vamos por entre media y una malla diaria, o cosa así. Unos cinco kilos", cuenta Benítez, el alma del viejo Latino, en Los Remedios. "Ya vendrá el verano", dice. Por eso el caracol es, básicamente, una tapa nocturna: a ver quién tiene valor de salir a mediodía de julio a chupar cáscaras a un soportal, a 2,50 el vaso. Era ayer, y lo que había por Sevilla era un puñado de japoneses sudando la gota gorda y sorbiendo los hilillos de lechuga que ponen con los choquitos en la puerta de Las Columnas.

"Las cabrillas ya están en su punto, pero los caracoles, cuando van a estar bien de verdad, va a ser dentro de dos semanas", informa el frutero de la calle Feria. Será por eso que, en lo que dura una cerveza, nadie pidió ayer caracoles en una de sus plazas fuertes, el bar Gran Tino de la Alfalfa. Los cocina una señora sudamericana llamada María, que, ay amigo, no paraba de sacar paellas para los guiris de los veladores. Ignora el turista que el caracol no tiene grasas ni colesterol y sí muchos minerales esenciales propios de las dietas más saludables. Qué más da que se arrastren. ¿Acaso no se arrastra el cochino, cuando se lo propone? Desde la Albufera, saludos cordiales.

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