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Zoido, un alcalde de gobierno y de oposición

Durante sus primeros tres meses y medio de gobierno, el Consistorio lleva una media de una denuncia del anterior mandato cada tres días

el 15 sep 2011 / 19:27 h.

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El alcalde cumple 100 días de gobierno.

El 11 de junio debía marcar un punto de inflexión en la trayectoria de Juan Ignacio Zoido . Después de más de cinco años en la oposición, labrándose una imagen de político cercano, dialogante y eficaz frente a un gobierno local desgastado y descabezado, tomó el bastón de mando de Sevilla. Se había puesto el listón muy alto: había sido el primer dirigente del PP capaz de atraerse el voto socialista y situarse con 20 concejales tras un histórico vuelco en las urnas. Desde entonces han pasado cien días. Y Zoido sigue más pendiente de los cinco años que pasó en la oposición que de los cuatro que le quedan por delante. Los hechos lo demuestran: se pueden contabilizar más de treinta denuncias en días distintos relacionadas con el anterior gobierno: por falta de dinero, irregularidades o incluso por el robo en una sede municipal. La cuenta es contundente: una denuncia cada tres días.


Apoyado en esta imagen negativa del pasado, Zoido sigue explotando sus puntos fuertes: la imagen, el gesto, la proximidad. Como alcalde ha sido capaz de reunir a sindicatos y empresarios en una misma mesa (en Torreblanca, además) y ha logrado en un plazo breve de tiempo mostrarse como un dirigente que tiende la mano a la oposición, con la que se reúne y a la que devuelve a consejos de administración. Pero, sobre todo, ha seguido profundizando en el contacto humano que tantos apoyos le ha dado. Cien días después de llegar al gobierno Zoido sigue siendo capaz de madrugar y recibir con un apretón de manos a los conductores de Tussam , de sentarse en un taburete con los vecinos de El Vacie o de acompañar a los trabajadores de Lipasam por Torreblanca. El contraste es evidente: del distante Monteseirín (un papel que había ido asumiendo en contra de su voluntad con el paso de los años) al próximo Zoido, que sigue con una agenda similar a la que ha mantenido durante años


"De mí no esperéis sorpresas, pero sí grandes líneas maestras para cambiar el futuro de la ciudad", anunció el alcalde el día de su toma de posesión. Y sorpresas de momento no ha habido. Los avances concretos y prácticos de su gobierno se pueden resumir en tres: los proyectos que se quedaron bloqueados y que ahora se tratan de reactivar; las iniciativas que el nuevo gobierno considera graves errores y que se han eliminado; y, sobre todo, la micropolítica, el cumplimiento de las ordenanzas y el mantenimiento de los servicios básicos para los ciudadanos que descuidó el gobierno anterior. En todos estos casos, el gobierno no arriesga para buscar el acierto: busca sólo la corrección del fallo.


En el primer bloque, los proyectos bloqueados del anterior gobierno, los resultados aún no están ni mucho menos definidos. La ampliación del Fibes está quizás más enquistada ahora que en junio, ante el enfrentamiento de Urbanismo con las constructoras; en la Encarnación las relaciones con Sacyr no pasan por su mejor momento; no hay aún una fórmula para resolver el conflicto de los parkings de residentes y el futuro de los dos pasos subterráneos sigue siendo una incógnita. Tampoco había una varita mágica para resolver los conflictos enquistados: en Mercasevilla, en Tussam, en la plantilla municipal, o en El Vacie no hay respuestas concretas más allá de un diálogo que se había perdido, pero que en algún momento debe desembocar en un punto en el que difícilmente habrá consenso. Los "quince días" en los que se podía resolver el conflicto de Tablada, según el mismo alcalde anunció, han pasado sin una palabra, sin un solo gesto sobre la dehesa.


El segundo bloque, los proyectos del anterior gobierno que se consideraban errores, debía ser el más sencillo para Zoido y ha acabado convirtiéndose en el gran lastre de este gobierno. Su intento por cumplir su compromiso de facilitar la circulación de vehículos por el Centro y al mismo tiempo mantener buenas relaciones con todos los colectivos que se oponen a esta medida, ha acabado en un fracaso, en una artificial comisión de investigación y en una mini-rebelión de funcionarios. La liquidación de la Fundación DeSevilla ha sido más fácil: era un objetivo claro. Y aún así, el PP ha acabado enredado en él: si sanear una fundación dedicada a la cooperación directa y a la atención a la inmigrante (cuyo modo de trabajo erróneo se puede corregir) y liquidarla cuesta lo mismo, ¿por qué se presume de haberla suprimido como si sus objetivos fueran perjudiciales?


Y aún queda un tercer enredo: el PGOU. Zoido partió en campaña con el anuncio de que desbloquearía las iniciativas empresariales atascadas por una supuesta rigidez (que no era tal, ni era unánime en el gobierno) del documento marco urbanístico. Anunció que se flexibilizaría, que Ikea tendría su suelo cuando quisiera, al igual que el resto de empresas. Que había vía libre en el urbanismo. Y, al verse sobrepasado, tuvo que frenar, al llegar a un callejón sin salida.


Y queda un bloque. La joya de la corona de Zoido: la micropolítica. Basada en algo tan sencillo y a la vez tan complicado como el lema electoral del PP en campaña: Que Sevilla funcione. Cuestiones tan básicas como que se cumplan las ordenanzas son el gran aval del PP. De ahí que además de hacer, el gobierno se preocupe de que se vea lo que se hace. Si el tratamiento de la prostitución en el anterior gobierno, además por lento y cauto por su secretismo, ahora hay imágenes de decenas de redadas. Si el fracaso del anterior gobierno en el trato de los gorrillas era una cuestión ya asumida, ahora hay presencia policial, controles y balances casi diarios.


El PP centra ahora sus esfuerzos en que se cumplan los servicios básicos. En que la ciudad esté limpia, en que el transporte público funcione, en que los colegios estén listos, en que las calles no estén deterioradas. Y, es cierto, ni para eso hay dinero suficiente en las arcas municipales. Y si no hay para lo básico mucho menos para todos los proyectos comprometidos por Zoido en los últimos años. Y el problema es que él mismo se había puesto el listón alto. Muy alto. Sin contar con que el gobierno incluso llega con una promesa de bajada progresiva de impuestos debajo del brazo que aún no se ha concretado cómo se hará este año.


Este es el escenario, en el que sigue Zoido como protagonista casi único -una vez que ha trazado una estructura de gobierno que le deja casi desprotegido-, que aventuraron precisamente los dos derrotados de mayo. La oposición trata de aprovechar los errores de Zoido, que los ha habido. Como su gasto en el viaje a Madrid para la Jornada Mundial de la Juventud, su gestión de las fianzas de Equipark, con desautorización incluida a su delegado de Movilidad, o su designación para el puesto de Defensor del Ciudadano de José Barranca, quien está lejos de generar el consenso que requiere ese puesto. Pero antes PSOE e IU deben recomponerse. Y en ese trayecto aún no ha terminado. A Juan Espadas le falta aún para asumir el liderazgo de un grupo y de un partido que no acaba de superar la debacle; y a Antonio Rodrigo Torrijos le pesa aún mucho el desgaste de su imagen, aunque se esfuerce por reconducirla.


Estos problemas dan aún vía libre al PP para responder. Para no arriesgar y cubrir cualquier desacierto con el pasado. Y para centrar su confrontación, más que con los grupos de la oposición, con las administraciones socialistas. Las elecciones del 20-N están presentes en el discurso municipal. Sólo así se entiende la confrontación con la Junta. En estos cien días Zoido es más que un alcalde. Es el gran referente andaluz del PP de Arenas.

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