Las mil batallas que San Julián ha librado a lo largo de su historia siempre han tenido un mismo ganador. En el cara o cruz de la vida, en la encrucijada de la sinrazón, la Hiniesta siempre vence. Y lo sigue haciendo, por mucho que pase el tiempo y la memoria sea a veces más olvidadiza que la nostalgia. Ella lo consigue, lo alcanza y se lo termina recordando a Sevilla cada Domingo de Ramos. Este año, además, de un modo mucho más evidente, con un lazo de color azul anudado a uno de los varales maestros de la delantera de su paso de palio. En él, un homenaje para aquellos valientes que lograron mantener viva la llama de la hermandad de la Hiniesta en aquel 8 de abril del año 1932, cuando el fuego de la intolerancia acabó con la dolorosa de San Julián. Esa fue la batalla más importante en la que ganó la Hiniesta, gracias a la constancia de un grupo de hermanos que ayer volvían a cruzar con la Virgen la ojiva del viejo templo.

Lo hicieron a través de las palabras de José Antonio Romero, su hermano mayor, que antes de que se abrieran las puertas pidió a sus nazarenos que se acordaran «mucho» de «esos viejos de San Julián», aquellos «sin los que hoy no seríamos lo que somos». Para ellos fue también la primera levantá del palio en el interior de la parroquia. La voz de los Ariza mandó al cielo por «los valientes» que estuvieron «cuando se perdió lo más bonito de todo San Julián». Esa misma hermosura que 85 años después sigue irradiando el rostro de la dolorosa de Antonio Castillo Lastrucci. Y así, con las emociones y los recuerdos ganando la batalla a las ausencias, el palio avanzaba a los sones de Hiniesta Coronada buscando la luz que se colaba entre la piedra mudéjar del templo.

Esa era la batalla definitiva. La de la física frente a los sueños, la de la fe frente a la arquitectura, la de la piedra y la plata. Pero en San Julián ya conocen el final de la historia. Como siempre, en ella la Hiniesta siempre vence. Lo logra, y cada año sus hermanos se siguen preguntando cómo es posible. Los cuatro zancos sobre el suelo son el primer avance de que el desafío es tan real como posible. Costaleros de rodillas y una maniobra medida que encoge el alma a pesar de estar casi aprendida. «Venga de frente con Ella», se repetía en el silencio de la calle como una letanía con voz de Ariza y lágrimas plagadas de nostalgia en el barrio de San Julián. Todo estaba a punto de consumarse. Nada podía fallar, ni siquiera el vaivén medido de un palio que abandonaba la oscuridad del templo para nacer de nuevo a luz del Domingo de Ramos. Esa misma que ya soñaba con resucitar la estampa del azul y plata de su palio. La que llegó cuando tres golpes secos de llamador levantaron hasta el cielo a la Virgen de la Hiniesta para gloria de su barrio. Ahora sí, el Evangelio de San Julián estaba escrito. Lo confirmó el Carmen de Salteras cuando a los sones de La Estrella Sublime y Madre Hiniesta acompañaba el adiós momentáneo a una dolorosa que ya buscaba el reencuentro feliz con la muralla. Otra piedra a la que cada año vence, como las mil batallas que ganó con la dulzura eterna de su mirada.

Se alejaba la Virgen de la Hiniesta y tras su paso de palio quedaba la soledad de un templo que solo unos minutos antes había visto al Cristo de la Buena Muerte responder a los porqués del Domingo de Ramos. Todo se resume en su muerte, que es buena, entre otras cosas, porque sus hermanos se empeñan en ello. Como lo hace cada año la agrupación musical de Arahal, recuerdo de aquella Sevilla de ayer que sigue viva en cada uno de sus instrumentos. Decir Arahal en Sevilla es decir Domingo de Ramos. Por eso la emoción fue difícil de contener cuando tras salir por la puerta del templo, la banda tocó Cristo de San Julián para acompañar la primera chicotá de ese Dios que incluso sin vida es capaz de conversar eternamente con la Magdalena.

Eran poco más de las tres de la tarde cuando la historia se repetía. Lo hacía después de que se levantara el Señor en el interior de la parroquia para enfilar su salida por la puerta. Salteras ponía entonces Hiniesta del maestro Peralto como melodía del recuerdo. Ahí sí verdaderamente empezaba el Domingo de Ramos en San Julián, con un Cristo que buscaba su sitio en la parroquia para que los sevillanos encontraran el suyo al verlo. En esa batalla ya no tenía rival, solo un objetivo: encontrarse frente a frente con su madre que bajo palio lo esperaba en el altar mayor. Ahí triunfó el corazón, el arma infalible que cada Semana Santa desenfundan en San Julián para recordar que la Hiniesta es la única que siempre vence.