La tarde sin hora

Triana no tiene que mirar el reloj para saber cuándo empieza la tarde del Viernes Santo.

Manuel J. Fernández M_J_Fernandez /
03 abr 2015 / 23:01 h - Actualizado: 04 abr 2015 / 17:15 h.
"Viernes Santo","Semana Santa 2015"
  • Hermandad del Cachorro. / Pepo Herrera
    Hermandad del Cachorro. / Pepo Herrera
  • Contraluz del misterio de Montserrat. / InmaFlores
    Contraluz del misterio de Montserrat. / InmaFlores
  • Salida de la hermandad de La Carretería. / Manuel Gómez
    Salida de la hermandad de La Carretería. / Manuel Gómez

Triana no tiene que mirar el reloj para saber cuándo empieza la tarde del Viernes Santo. Lo sabe desde el mismo momento en que se entona la Salve Marinera en la casa de la Esperanza y con ella se apagan los últimos sonidos de una noche intensa que arriba a la orilla de un día grande en la vecina calle Castilla. Un relevo que este año ha sido más corto de lo habitual, separado por menos de una hora. “Mejor, así no se enfrían las emociones”, pregonó con arte una trianera del corral de vecinos que guarda la esencia de un barrio detenido en el tiempo de la memoria y el legado.

En lo más alto de la calle Castilla, en el puerto basilical de la Expiración echaba a andar “el lamento de bronce”, como describió el pregonero Lutgardo García esta devoción que extiende sus dominios hasta los confines del Aljarafe. En la delantera del paso, la misma voz que hace 40 años y los mismos nervios de la primera vez. Ismael Vargas comandaba los pasos del Cachorro mientras El Sacri acunaba con una enorme saeta la mirada de quienes la perdían en lo alto del paso. De todo ello era testigo la modernista Torre Pelli, que desde las alturas se empapaba de las vivencias de quienes con sombreros de paja, algunos; y abanicos, la gran mayoría, aguardaban en la antigua Chapina a la Señorita más coqueta perfumada por claveles de un rosa más bajo de lo habitual.

En la joyería de la calle Castilla estuvo abierta pese a ser festivo. En sus altos se vendió fervor. El de una familia que supo esperar el paso del Cachorro para meterse en la piel del raso morado y dirigirse a la parroquia de siempre, hoy ya sede de la Esperanza y Vida de un proyecto social por el que desde 2007 han venido al mundo más de 160 niños. Las puertas de este templo se abrieron tras recibir a Patrocinio. Era la hora de formar la gran cofradía de la calle larga de Triana. Esa que es agradecida con su gente, como quedó demostrado en la salida del palio de la O. Le costó tocar el martillo a Antonio Palma después de las sentidas palabras que le dedicó el capataz Rafael Ariza: “Por nuestro hermano mayor, que este es su último año. Por haberse desvelado tanto por la hermandad”. Seguro que no lo olvidará este mandatario de Triana que dejó el oro de la vara para ir de diputado del palio.

Sin pausa alguna pero tampoco sin quemar los minutos, la Carretería abrió la tarde en la Campana. La venia se la concedió el presidente del Consejo, Carlos Bourrellier; y el delegado diocesano de hermandades, Marcelino Manzano. Bourrellier se había convertido este año en un asiduo del palquillo, donde seguía con los ojos de un niño todo lo acontecido en la jornada en la que el tambor muestra su roquera, Dios se ausenta de los sagrarios y el público se debate entre la nostalgia y la necesidad de vivir este epílogo con la calma y con la solemnidad que requiere.

Pocas sillas plegables -para alivio de muchos- y apenas un par de mantillas perdidas daban fe de que el Viernes Santo mantenía su pureza en Reyes Católicos y San Pablo, donde hay quien aprovechó para repasar los estrenos de la O. El responsable de uno de ellos, el hermano David Segarra, se encontraba en este punto con su familia. Con “un inmenso orgullo” contemplaba el resultado de estos tres años de trabajo, en especial el de las cartelas delantera y trasera y de los querubines del canasto del Nazareno, las últimas novedades. Para el que de pequeño vistiera la túnica de raso en la Virgen de la letra pequeña era una tarde única.

También lo fue para los hermanos de la Soledad de San Buenaventura. La dolorosa volvía a brillar con una estética decimonónica que José Antonio Grande de León había conseguido al ataviarla con gola, pecherín bordado y un encaje que descendía en cascada por la orilla del manto. “Ella necesita poca cosa para estar guapa”, destacaba el vestidor. Por segundo año consecutivo, la postura de las manos otorgaba más expresividad a la imagen: la izquierda al corazón y la derecha ofreciendo la corona de espinas al pueblo. Un conjunto que se remató con un exorno floral de jacintos, rosas y calas, todo en malva. Espectacular.

Los sones de las Cigarreras fueron el mejor sudario para acoger a un misterio de la Carreteria con un contundente mensaje de Salud y Tres Necesidades. Solo los apostados en las terrazas de los pisos pudieron ver el reverso del techo de palio que había realizado Pepe Asián. Mucho agradecieron, por su parte, los más de 1.800 nazarenos del Cachorro los diez minutos de más concedidos en el reajuste del día. Pero quizás fueran insuficientes, pues, pese a los intentos, la jornada acumuló un retraso en el inicio de la Carrera Oficial que propició que la cruz de guía de Montserrat tuviera que ver pasar por delante a la cofradía de San Isidoro. Casi media hora que puso a prueba a María Cristina Pardillas, la hermana que encarnaba a la figura alegórica de la fe en los tramos de esta Virgen de advocación catalana. Con los ojos vendados y con la firmeza del credo de la conversión más sincera, esta insignia viva de Montserrat renovó una tradición que ya tiene 150 años.

De historia también pueden presumir en San Isidoro, cuya cofradía silenció la noche desde la Costanilla. El ruán de sus nazarenos evidenció el luto más solemne de un cortejo, legado de padres a hijos, y que gusta ver de principio a fin, en especial, al discurrir la casa dorada de la Virgen del Loreto con camelias y aromas de otro tiempo. La imagen realizó su última salida antes de ser restaurada por Pedro Manzano en junio. Se abrieron con lentitud y cierto retraso las puertas del sepulcro eterno en el que la ciudad amortaja a Jesús. Uno de los misterios más sobrecogedores echaba el telón a una tarde sin hora, perdida en la mirada de quien regresaba por el puente o de quien se arrullaba a los sones de Ione en Molviedro o con el escalofriante muñidor en Doña María Coronel. El Viernes Santo cerraba los ojos.