Un siglo de oro

El centenario que este año cumplen los Elena Caro en el bordado sevillano constituye un hecho excepcional

24 mar 2017 / 12:47 h - Actualizado: 24 mar 2017 / 12:49 h.
"Cofradías","Cuaresma 2017"
  • Techo de palio de la Virgen de la Angustia, de Joaquín Castilla y Taller de los Sobrinos de Caro (1955-1958). / Archivo Hermandad de los Estudiantes
    Techo de palio de la Virgen de la Angustia, de Joaquín Castilla y Taller de los Sobrinos de Caro (1955-1958). / Archivo Hermandad de los Estudiantes

Desde la Edad Media el bordado en oro fue una técnica ornamental muy solicitada en Europa por los poderes civiles y religiosos. El Concilio de Trento fue clave en su desarrollo posterior al considerarse idóneo para el ornato litúrgico hasta su progresiva decadencia en el siglo XIX. Por el contrario, en Sevilla este arte se ha mantenido tan vivo que ha convertido la ciudad en un referente internacional por los altos niveles de perfección técnica y por las dimensiones de las piezas realizadas en sus celebrados talleres.

El oro de las Indias y la demanda de una diócesis, que abarcaba una basta extensión territorial con muchos templos, consolidaron el bordado desde el siglo XVI. Entonces el oficio se estructuraba bajo una compleja organización gremial, que englobaba incluso a los productores del hilo metálico. Gracias a los requerimientos constantes de las hermandades, esta práctica ha sobrevivido en el tiempo a través de la sucesión de distintos talleres, cuya producción no solía dilatarse más allá de la muerte del maestro. De este modo, el centenario que este año cumplen los Elena Caro en el bordado sevillano constituye un hecho excepcional, pues por primera vez tenemos constancia de una saga familiar, que ha perpetuado su apellido durante todo un siglo como sinónimo de maestría y excelencia en este noble arte.

Heredera de esta vieja tradición, Victoria Caro Márquez fue iniciada en la labor con las hermanas Antúnez. Posteriormente, trabajó en los talleres de Eloísa Ribera y Rodríguez Ojeda hasta que en 1917 decidió ofrecer sus servicios en solitario. Los convencionalismos de la época, que incapacitaban a la mujer para la administración empresarial, motivaron que fuera su hermano José quien fundase con su nombre el pequeño taller de la antigua calle Tomillo. Pese a que en esta década las poco más de treinta cofradías existentes estaban inmersas en su renovación estética, los inicios no debieron ser nada fáciles, pues los estrenos de aquellos años revelan la preferencia por la complejidad de Olmo y por las innovaciones de Juan Manuel, figura estelar del momento. La ubicación de aquel primer local en el norte de la Alameda, una zona deprimida y propensa a las inundaciones, nos subraya los orígenes humildes del negocio. Afortunadamente, la situación fue mejorando a partir de 1920 con la incorporación de Ignacio Gómez Millán como diseñador, de tal forma que cuando todas las cofradías se afanaron en presentar sus mejores estrenos a la luz de la Exposición Iberoamericana, la firma Caro sorprendió a toda la ciudad con el originalísimo conjunto de palio y manto que creó para la Virgen de la Palma (Buen Fin) en 1930.

Meses más tarde, la muerte de Victoria puso al frente de los trabajos a su sobrina Esperanza Elena Caro, quien desde sus 12 años había dado muestras de un virtuosismo técnico y de un grado de maestría, que terminaría encumbrando el Taller de los Sobrinos de Caro como el más prolífico de la historia. El auge fue tal que ni la Guerra Civil consiguió suspender el funcionamiento del taller, de donde salieron piezas tan comentadas como la saya de los volantes de la Macarena.

Esperanza siempre tuvo claro que un buen diseño aseguraba la calidad final de la obra, de ahí que a lo largo de su carrera se rodease de nombres tan importantes como Gómez Millán, Recio Rivero, Joaquín Castilla o Cayetano González, entre otros. Junto a su hermano Manuel Elena Caro y más tarde con su sobrino José Manuel Elena Martín, realizó piezas que hoy asombran por su grandiosidad: la renovación del paso de la Macarena, el manto de la Coronación, los respiraderos de las Penas de San Vicente o el palio de la Virgen de la Angustia, donde condensó todo su saber en una obra que es una auténtica cátedra del bordado.

Tras su fallecimiento en 1985, la vocación y el tesón de José Manuel Elena Martín lograron la subsistencia del taller hasta su jubilación en 2011, un cometido difícil teniendo en cuenta la gran fama que tuvo Esperanza en vida. Gracias a su hija, en el ya emblemático obrador de la calle Jesús del Gran Poder los carretes y las brocas siguen deambulando por esos bastidores cargados con años de historia de nuestra Semana Santa. Actualmente, Carla Elena dirige el Taller de los Sucesores de Elena Caro velando siempre por mantener el sello propio de su familia, un estilo definido por la cuidada ejecución, la pulcritud en los detalles y la minuciosidad en las puntadas.

Un siglo después, los elogios que en esta Cuaresma han despertado la complejidad de la nueva túnica del Señor de los Gitanos y la brillantez recuperada de los palios de las Penas y la Macarena han ratificado la continuidad de la familia en su ya cuarta generación. Desde aquellos inicios mucho han cambiado la ciudad y sus cofradías, pero poco parece haber variado el ambiente que se respira en el taller, donde diariamente se trabaja al ritmo pausado y paciente que van marcando las minúsculas puntadas del setillo, la media onda, el milanés o la hojilla, con las que dan forma a los sueños de los cofrades. Gracias a la labor centenaria de la familia Elena Caro estas técnicas con siglos de antigüedad han renovado su papel artístico como un fenómeno cultural plenamente sevillano. Durante este periodo, sus creaciones han nutrido buena parte del patrimonio artístico que las cofradías volverán a lucir en la calle durante la Semana Santa de 2017, brindándonos un intenso disfrute estético y ofreciéndonos un testimonio histórico de Sevilla tan interesante de contar como de contemplar.