12 uvas

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30 dic 2017 / 23:46 h - Actualizado: 30 dic 2017 / 23:46 h.

El cadáver lo encontró el repartidor de Armazon. Bueno, más bien su insistencia. Como cobran por entrega no quería marcharse sin dejar el paquete. El vecino de don Marcial, harto de soportar el aporreo en la puerta, fue el que se asomó a la terraza contigua. Los pies asomando por la veneciana provocaron el grito de auxilio y eso hizo que el mensajero, mucho más ágil que don Andrés, tuviera que saltarse la valla para encontrarse con la triste escena.

Porque trágico, lo que se dice trágico, no era lo que vio, esa es la verdad. Aunque el horror tiene formas que, por simples, resultan muy crueles. Tendido sobre el suelo y bocabajo yacía don Marcial, a todo lo largo que daba su estatura. Con los pies había roto el cristal, de ahí que se los hubiesen podido ver. La primera impresión que tuvo el repartidor fue la de que dormía, pero bastó darle la vuelta para ver que reposaba sin vida. Su cara revelaba la horrenda mueca de los que han dejado de respirar abruptamente: ojos espantados, pómulos en tensión y la boca como la de un pez fuera del agua. No tocó nada, no se atrevió, estaba en una casa que no era la suya y con un muerto entre las manos. Salió de allí lo más rápido que pudo, sorteando con cuidado las piezas de vajilla rota, algunas uvas y las sillas volcadas que, en su agónica caída, había desparramado don Marcial. La puerta la pudo abrir sin dificultad, tenía la llave puesta y la cadena echada. Fue don Andrés el que llamó a la Policía y el que logró que el joven se quedase con él. Lo tranquilizó a duras penas. Más que las buenas palabras, fue la amenaza de denunciarlo si se iba la que consiguió que se sentase a esperar en la escalera del rellano. El jovenzuelo temía por su empleo, acababa de empezar la jornada y tenía el saco lleno. Esto sí que sería una tragedia, a fin de cuentas este señor parece mayor, pensó molesto.

El comisario García de la brigada criminal llegó con cara de resaca a la escena del supuesto crimen. Según el argot policial, un 123 en calle de la República, nº 11. Se le notaba que había dormido mal y, para colmo, era uno de sus odiados 1 de enero. Ni el concierto de Año Nuevo ni el concurso de saltos de esquí lograban borrarle esa sensación de náusea que le perseguía hasta bien entrado el día 2. Por su fuerte carácter nadie se atrevía a decirle que la causa no era tanto un concreto día como el whisky del que abusaba todas las noches, especialmente las viejas.

Pero, aun así, no perdía las facultades que le habían dado cierta fama. Resolvió el caso extrayendo con unas pinzas un trozo de uva de la garganta del finado mientras decía: «muerte por atragantamiento, no llegó a la cuarta uva». El joven forense que lo acompañaba certificó lo dicho: «deseos tan gruesos no pasan por tubos tan estrechos» y le cerró los ojos.

El caso es que aquella noche todos nos comimos los mismos 12 deseos que don Marcial y no nos pasó nada. A lo mejor el comisario García se equivocó y aquello fue un crimen perfecto.