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3.000

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Álvaro Romero @aromerobernal1
14 feb 2019 / 11:53 h - Actualizado: 14 feb 2019 / 11:59 h.
  • Vista aérea del barrio Martínez Montañés, las Tres Mil Viviendas. / Antonio Acedo
    Vista aérea del barrio Martínez Montañés, las Tres Mil Viviendas. / Antonio Acedo

En 1968, cuando aquella revolución que iba a cambiar el mundo una vez más desde París, el Franquismo concedió al Ayuntamiento de Sevilla la gracia de construir viviendas que recogieran a chabolistas y gente de humilde y varia condición. Una década después, ya con Franco en el otro barrio, se terminó de construir aquel barrio oficioso (inexistente, por tanto) compuesto por casas que, en rigor, formaban parte de seis barriadas tan distintas como sus beatíficos y esperanzadores nombres, que sí eran oficiales: La Paz, Las Letanías, La Oliva y grandes de nuestra cultura como Antonio Machado, Martínez Montañés o Murillo. De aquellos grandes nombres se fue perfilando, a cachos, un barrio que no existía en los papeles y que dio en llamarse Las Tres Mil Viviendas, y que generó a su vez otros grandes nombres como Pata Negra, El Bobote y El Eléctrico o Juana la del Revuelo...

A la gente necesitada que se había ido a vivir allí se añadieron sagas de gitanos a los que Triana, por ejemplo, les agradecía su arte con una palmadita en el hombro y olé. El resto de la historia es bien conocida por los sevillanos porque somos de aquí y no hace falta que ningún político de por ahí, de esos que comen diariamente de nuestros impuestos con un sueldo base de 3.000 euros (más dietas, propinas, refrigerios, sobresueldos y ayuditas para la vivienda), nos lo eche en cara, faltándole el respeto absolutamente a tantos sevillanos que viven en las 3.000. Contrastan dolorosamente esas 3.000 viviendas con esos 3.000 euros como mínimo que cobra cualquier diputado, como esa señora o señoría que olvidó barrios de su propia isla (y no seré yo quien diga nombres porque ella debe conocerlos mejor) y una trampa del subconsciente le hizo acordarse de las 3.000, evidentemente. 3.000 es una cifra que a ella le debe de connotar el taco base de su nómina. “Esto no son las 3.000 viviendas, esto es el Congreso”, le zampó la tal a la ministra de Hacienda, la sevillana María Jesús Montero. Naturalmente que no eran las 3.000 viviendas, aunque teniendo en cuenta las viviendas que pueden sumar los 350 diputados que allí se juntan, entre reconocidas y bastardas, la cifra no estará muy alejada. Podríamos hacer apuestas.

La mayor vergüenza de la cita -que tuvo su fin y su finalidad- es que barrios como el de las Tres Mil sigan existiendo con todos sus dramas a cuestas, a pesar de tantas nóminas de tres mil como hemos ido pagando a políticos y gestores públicos desde que llegó la Democracia. Que, a estas alturas de la historia, la última de la fila de estos cobradores de tres mil venga a evidenciar, tan despectivamente, que el Congreso no son las Tres Mil nos da más vergüenza a los ciudadanos que la oímos resignados que a ella, que forma parte de una clase social y política que debería haber contribuido a que las Tres Mil Viviendas no tuviera que ser citada ayer en el Congreso. Pero, claro, si eso hubiera podido ocurrir, estoy seguro de que no estarían en el Congreso diputadas como ella. Todo tiene su explicación.